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La UE, una cuestión nacional

Juan Rivera Reyes

La UE: expresión del dominio de clase

Cuando James Carville , asesor de Bill Clinton en la campaña de las presidenciales estadounidenses del 92, popularizó la famosa -y lapidaria- frase «La Economía, estúpido» (más tarde se añadió el verbo «Es», ausente al principio) como mantra con fuerza para derrotar al guerrero victorioso Bush, estaba poniendo sobre la mesa, seguramente sin pretenderlo, una idea que bebe del marxismo clásico: la de la Economía como motor de la Historia.

Obviamente al «estúpido» se le intenta convencer desde todos los frentes de lo irremediable de unas acciones «a mí me duelen más que a ti ( que sufres el paro, recortes, desahucios... mientras que yo me enriquezco)» que no dejan de ser decisiones políticas que plasman en leyes la ideología impuesta por las buenas( triunfo electoral ) o cuando la plebe viene levantisca por las malas ( coerción, represión, leyes mordazas de todo tipo,).

Si debiésemos señalar un monumento erigido al triunfo de la clase dominante sin duda este sería la Unión Monetaria y se representaría con la forma del euro. La moneda única plasma a la perfección ese concepto de hegemonía gramsciana en el que la cosmovisión de la Oligarquía (moral, creencias, valores, estructura social e institucional...) se convierte en norma aceptada por todos, dominados incluidos y de propina sin apenas contestación social hasta hace unos años.

Pese a las evidencias que deberían hacernos salir corriendo ( salir del euro mejor) cuando una casa amenaza ruina o un fuego nos rodea, en 2017 seguimos instalados en el muy hispano «sostenella y no enmendalla».

No importa que suframos las atrocidades de la Troika o la defensa numantina que Gobiernos --los españoles del bipartito siempre a la cabeza-- y Banco Central Europeo hacen de de los intereses de Banca y Oligarcas. Siguen vendiéndonos una Europa mitificada que nunca existió, aún dibujada con el halo de pureza virginal democrática.

Da igual que sepamos con certeza que el diseño original nunca tuvo que ver con una Europa de los pueblos, porque estos fueron expulsados desde el minuto uno en beneficio del capital o que el armazón no tuvo en cuenta a las personas porque lo que se trataba era de, como los trileros, mover el dinero para disimular movimientos ilícitos. Siempre contaron, además del lógico apoyo de los beneficiados, con el de los crédulos de fe de carbonero.

¡Que se lo pregunten a la IU del 92 y la inquina sufrida por Julio Anguita -encabezada por los teóricamente compañeros-- por oponerse a Maastricht! Allí estaban los Sartorius de turno, jaleados por las cúpulas de CCOO y UGT de la época para dar un «sí crítico» al Tratado. O a los palmeros del proyecto de Constitución Europea del 2004 que ya anunciaba la tormenta, por el diseño neoliberal (ergo capitalista puro y duro, siglo XIX) que auspiciaba. Aún retumban en nuestros oídos los sarcasmos con los que recibían a los miembros del Colectivo Prometeo los paladines de la izquierda caviar cuando coincidíamos en algún debate. Siempre vendiendo como coartada los derechos sociales, que vendrían después, cual Godot, una vez firmado los tratados. Pese a que en éstos el único órgano elegido por la Ciudadanía, el Parlamento Europeo, no tuviese competencias, se blindase la hegemonía de las multinacionales o la independencia- sin control democrático- del Banco Central. Mientras las puertas giratorias amenazaban caerse por tanto uso.

Siempre ha estado claro que con el euro y la posibilidad de movimientos sin limitación para capitales nunca se intentó construir Europa sino hegemonía de clase. Y ese desprecio a los derechos humanos y a las conquistas sociales duramente conseguidas, se aquilatan en un híbrido digno de los peores sueños de Frankestein al mezclar lo peor de la revuelta de los privilegiados de la Francia prerrevolucionaria («Trumps» del mundo al poder, indecente exhibición de riqueza de los poderosos en un paisaje empobrecido, concentración de los bienes en unas pocas manos) y de los movimientos nazi-fascistas del XX alimentados por la xenofobia y el miedo al distinto.

Sin embargo no podemos objetar nada a quienes en la otra orilla, defienden a ultranza la Unión Monetaria/euro pues se benefician de ello. Lo tienen claro y comparten al dedillo el pensamiento del multimillonario estadounidense Buffet, de los primeros de la lista Forbes («Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra y la vamos ganando») para aplicarlo a la mal llamada Unión Europea.Saben que el actual diseño nunca cuestionará sus privilegios.

Si podemos poner muchos «peros» a las actuaciones de muchos teóricamente antisistema y objetivamente perjudicados. Miedo da la ingenuidad con la que compran el discurso oficial.

* Miembro del Colectivo Prometeo, coordinador de la Mesa Estal del FCSM

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