Entrevista

Clara Obligado

Clara Obligado.

Clara Obligado. / MANUEL YLLERA

Clara Obligado nace en Buenos Aires, 1950. Exiliada política de la dictadura militar (1976), vive en España. Ha dirigido los primeros talleres de Escritura Creativa organizados en este país; en 1996 recibió el premio Femenino Lumen por su novela ‘La hija de Marx’ y en 2015 el de novela breve Juan March Cencillo por ‘Petrarca para viajeros’. Ha publicado con Páginas de Espuma las antologías ‘Por favor, sea breve’ 1 y 2, y los libros de cuentos ‘Las otras vidas’ (2006), ‘El libro de los viajes equivocados’ (2011), ‘La muerte juega a los dados’ (2015) y ‘La biblioteca de agua’ (2019). El ensayo ‘Todo lo que crece’ (2021), y acaba de publicar su colección de relatos ‘Tres maneras de decir adiós’ (2024).

-¿Es necesario experimentar para escribir un buen cuento?

-Nada es necesario, según qué tipo de autor seas. Para mí no hay cuento sin experimentación, porque es eso lo que más me interesa, la búsqueda de nuevas formas para contar. No siempre se logra, claro.

-Tras algunos ensayos, teóricos, vuelve a la ficción con un libro de cuentos, ¿es un proceso lógico para usted?

-No hay lógica en la producción, más bien hay circunstancias. La pandemia me alejó de la ficción, porque la ficción estaba en la calle, y la necesidad de pensar en lo que nos estaba pasando me llevó al ensayo. En todo caso, descubrí que me gusta alternar, son dos lenguajes distintos que tienen muchos puntos en común. Lo que se estudia para un ensayo enriquece la ficción, y la ficción enseña a escribir ensayos.

-Para contar ‘Tres maneras de decir adiós’, ¿era necesaria una extensión concreta y una estructura narrativa más amplia?

-Quería probar con el cuento largo, estilo Alice Munro, con el que nunca había trabajado, y que es un género particularmente difícil, porque tiene, a la vez, la concentración del cuento y la ramificación de la novela. Y, además, ya había descubierto que una colección de cuentos encadenados permite representar una visión del mundo muy amplia. De hecho, hablamos de una historia que comienza en la Antigüedad, con las menciones a la ‘Odisea’, y que termina dentro de veinte años. Esto me lo permite la estructura que elegí, las continuas elipsis que va rellenando el lector. Es una estructura amplia y fluida, me encanta.

-¿Ciertos aspectos biográficos complementan, de alguna manera, la ficción?

-Sí, aunque no directamente. No estoy demasiado interesada en contar mi vida porque, en realidad, toda vida es apasionante, pero para la persona que la vive y no para los demás. Uso, por supuesto, elementos biográficos, no hay otra manera de escribir, aunque solo sea la mirada tiene siempre algún componente muy personal. En realidad, uso lo que me venga bien. Mi vida y la de los demás. Las que leo en los libros. Las que me cuentan, cuando uno está escribiendo se convierte en una especie de imán que lo junta todo y lo utiliza cuando le viene bien. Esto es imposible de evitar.

-¿Estas historias se concretan en un canto a la vida?

-Soy una optimista radical, en el sentido de que el optimismo está en la raíz de mis pensamientos, aunque veo también con bastante preocupación lo que nos está pasando. Y necesito de ese optimismo para poder estructurar un pensamiento utópico, sin el cual, creo, estamos perdidos. No sirve, o no me sirve, una visión apocalíptica del mundo, es fácil pensar el desastre, pero eso no nos mueve. Nos preocupa, nos hunde. Sería incapaz de ponerme en movimiento sin algún tipo de esperanza. Hablo de la esperanza, sí, procuro que mis libros dejen caminos abiertos. En mi último cuento, que es muy crítico, aparece señalada esa posibilidad.

-¿El aspecto ensayístico que subyace en sus cuentos no está reñido con lo lírico, intenso, que el lector percibe también?

-No, no está reñido, y me gusta que me lo digas. Trabajo mezclando géneros y, como bien decía Flaubert, «la prosa no perdona». Es decir, nos lo pide todo. Un aliento lírico es algo que se puede sumar a la historia, y a mí me gusta que así sea. Trabajo mucho ese aspecto de los textos, porque me parece que evita que caigamos en posturas excesivamente «narrativas», por decirlo de alguna manera.

-¿De la lectura de ‘Tres maneras de decir adiós’ se desprende que la juventud es la etapa más simple de nuestra vida?

-No, no lo creo. Creo que cada edad tiene su historia, sus problemas, sus posibilidades, también. No creo que una edad sea mejor que otra. La juventud, excesivamente valorada en nuestra cultura, es una etapa muy difícil, se nos da salud y belleza, pero carecemos de experiencia y sufrimos más de la cuenta porque hay que resolver muchas cosas y se tienen pocas armas. El período intermedio, digamos entre los 30 y los 50, es extremadamente completo, hay que aceptar nuestra contingencia, lo que no es poca cosa, y darle a la vida un marco posible, en muchos sentidos. Hay temas que se cierran, otros que nos van a acompañar de por vida.

-¿Vivimos de forma diferente el amor a lo largo de nuestra vida?

-Sí, sin duda. Y en particular las mujeres, con el tema de la procreación. No se pueden señalar cambios rígidos, todo depende de nuestra historia particular, pero creo que en cada etapa vivimos cosas bastante diferentes. Moriría de angustia si, a estas alturas, tuviera que soportar un amor adolescente, pero disfruto mucho del amor a mi edad, que tiene unos componentes bastante insospechados. Es curioso cómo se nos cuenta esta historia: el patriarcado nos convence a las mujeres de que, pasado el período reproductivo, ya no tenemos vida posible. Nada es menos cierto.

-¿Una forma de recuperar el tiempo es a través de la literatura?

-El tiempo de la literatura es diferente del tiempo de la vida. Es cierto que cuando escribimos trabajamos con nuestro pasado e imaginamos el porvenir, pero por más que escriba sobre mi infancia, yo no volveré a ser una niña. Puedo recordar con intensidad cuando escribo, posiblemente, pero verdaderamente no desearía volver atrás. Más que recuperar el tiempo perdido prefiero hacer planes para el futuro.

-¿Es verdad que todo queda muy lejos, como se pregunta una de las protagonistas de una de sus historias?

-Sí, todo se aleja, pero con la escritura lo podemos recordar. Re-cordar, es decir, etimológicamente, volver a traer al corazón. Me gusta mucho ver la vida como un paisaje, con hechos que se hacen lejanos aunque hayan sucedido ayer, y cosas que pasaron hace años, pero que siguen vibrando conmigo, como su fueran presentes.

-¿De alguna manera, siempre andamos viajando a destinos extraños?

-Sí, si tenemos imaginación. El gran símbolo de la vida es el viaje, que iniciamos al nacer y que llega algún día a su final. En el medio, como dice la ‘Odisea’, encontraremos sirenas y gigantes, quizá no podamos con ellos, pero en sí mismas estas experiencias nos enriquecerán.

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