Jamás me he comido un kebab estando sobrio, jamás me he ido el primero en una marcha, jamás he pedido explicaciones a los amigos que abandonaron, por amor, a la pandilla. Somos heliotropos, buscamos la luz, a veces retorciendo nuestro cuerpo hasta hallar su guiño ardiente. No hay caminos rectos, sólo propósitos rectos. Para mí es más que suficiente. Jamás he escrito el obituario de un vivo, pero sí he llamado por teléfono a una persona que había muerto esa misma mañana. Encontré tono. Me desesperó que no me contestara. Insistí. Le insulté. Tiré el teléfono contra la cama.

Han censurado una escena de Batman bajándose al pilón de Catwoman. «Los héroes no hacen eso», ha dicho DC Cómics. Cunnilingus es una palabra horrorosa. «¿Qué es en lo primero en lo que te fijas de una mujer?», me preguntaban de joven. «En su biblioteca», contestaba siempre. Qué truhan. Amorticé esa ocurrencia mientras pude. Ahora tengo más pudor, menos poca vergüenza. Ser adulto es ser más raíz que flor. Qué pena. El tiempo es un tirano. Los héroes se dan a los demás. Hay una ciudad entre los muslos. El amor es un ciervo que agoniza en la vaguada.

Me preocupa la moral de esta sociedad urgente, jubilosa e infantil que estamos construyendo. Queremos una sociedad comprometida y firme, recta y abnegada, intelectual y honda. Y para conseguirlo compartimos memes en Twitter, improvisamos leyes educativas, damos bandazos ideológicos y ridiculizamos todo aquello que no entendemos como propio. Luego culparemos a los jóvenes del despropósito. Ha pasado así siempre. Nos sentiremos cancelados e incomprendidos. La ola arrastrará nuestra sombrilla. Flotarán nuestros privilegios sobre la espuma como las chanclas y la tapa de la nevera. Moriremos gruñendo y echando de menos alguna fruslería de la niñez.

El otro. Siempre el otro. Ese enemigo invisible. Queremos un nosotros mejor y queremos lograrlo sin mejorar nosotros. Al final, condenados por la melancolía de los esfuerzos inútiles, nos conformamos con reírnos de algunos para buscar el aplauso de los demás. El ser humano es un animal pequeño. Si tiene sed, bebe. Si tiene hambre, come. Si tiene miedo, huye. Si tiene ganas de cambiar el mundo, bebe, come y después, huye. Sermones huecos y víctimas de nada. Un timón en medio del desierto. No sé a dónde vamos, pero no es la bondad, sino el amor, lo que mantiene firmes mis músculos.

Todo pasa. Pasó Sergio Ramos y pasarán las mascarillas. Pasará el virus y pasarán los que han gestionado, con torpeza y boato, esta tragedia. Pasarán los miedos y los pleitos y las obras de casa y los pañales y las cenas ligeras y hasta el amor pasará. Porque nada escapa del reloj, «un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire», como lo llamó Julio Cortázar. La gravedad nos garantiza el suelo. Su tacto áspero. Su cuna inmisericorde. Lo pensé viendo la derrota de Susana Díaz; desaliñada, fatigada, terrenal. Sentí un profundo respeto por su batalla baldía, por su arrojo suicida, por su agrio camino lleno de cadáveres políticos y amigos que ya lo son menos. Hay derrotas que ennoblecen o, mejor aún, hay adioses radiantes. Nunca voy a donde no me quieren, pero si les jode, a lo mejor me paso a saludar.

El poder es un amante imponente pero veleidoso. Un día llegas cansado a casa y, de repente, no está. Las velas se consumen en el lavabo y el agua se enfría en la bañera. Sales que burbujean para nadie. Una crema de frío y calor que vuelve al cajón de la mesita de noche. Todos merecemos a un Batman disciplinado y desprendido, todos somos esa gata sobre el tejado de zinc caliente. Prohibirlo es arrojar nuestro deseo a los leones. A finales de junio nos permiten salir sin mascarilla a la calle. Todo lo que no sea romper a follar en julio y acabar cuando coloquen el turrón en los estantes de los supermercados, me parecerá una decepción.

Ha sido un camino largo. Estamos cansados, quizá viejos, las ojeras, un suave temblor en las manos. Hemos leído muchas idioteces y no hay sueldo que mitigue tanta tontería. Los policías de balcón. Quién se acuerda. Lavar con lejía los Tetra Brik. Quién se acuerda. Qué rápido pasa todo. El poder, los orgasmos, las borracheras, las mejores series de la historia, las canciones que cambiaron nuestras vidas, el collar de macarrones, el bizcocho casero, el almuerzo con los viejos amigos, el beso en el ascensor, la ilusión tras la noticia, el llanto roto tras la despedida. Todos condenados a la rueda, como el roedor, que muerde la yema de quien se le acerca. No hay caminos rectos, sólo propósitos rectos, decía. Somos reyes de nuestro destino, pero esclavos de nuestro camino. Un laberinto en el pecho. Toro, héroe, hilo y ausencia.