Opinión | Hoy

Hacienda y mi musa

Cada año, por estas fechas, he de bajar de mi Parnaso al reclamo de Hacienda, porque Hacienda somos todos (aún no se subsana este lapsus en el lenguaje inclusivo: todos, todas y… etc.). Bueno, lenguaje inclusivo aparte, cuando oigo a mi Júpiter de Hacienda «hecho de hieles», cuelgo mi lira con la de Garcilaso y musito con él: «Si de mi baja lira, tanto pudiese el son, que en un momento aplacase la ira del animoso viento», y llamo a mi musa, mi verdadera musa. Las demás sólo son unas celosas de tomo y lomo, díscolas, esquivas, tan perezosas que la mayoría de los días me andan racaneando, engañándome con el primero y la primera que llegan titulándose poetas. Pero mi musa de aquí de las bajuras es real, concreta, me sonríe, me dice que no me preocupe, que en un pispás me hace la Declaración de la Renta. A mí esto me parece más que un prodigio: un milagro. Y mi musa me salva de la verdadera angustia. Me río yo de esa angustia que se inventan quienes no saben escribir, con esa artimaña del vértigo de la página en blanco. ¿Se imaginan, por ejemplo, que un panadero pusiera la excusa de que no hace pan porque tiene el vértigo de la harina en blanco? Y, efectivamente, en un abrir y cerrar de esos ojos de cordobesa de tronío que Dios le ha dado, mi verdadera musa me llama con que ya me ha hecho la declaración. No encuentro nada que me parezca suficiente para agradecérselo. ¿Una poesía? ¡Cómo le voy a regalar una poesía a quien es poesía! Nada. Esto es lo único que se me ocurre: «¿Qué es poesía? Le pregunto mientras ella pone sus pupilas en mi declaración». Y me contesta: «¿Y tú me lo preguntas? Poesía soy yo». (Se me olvidaba: mi musa es una musa muy nuestra; por eso se llama Lola).

*Escritor

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