Tocar y pasar

El Córdoba CF asciende a Segunda | ¿Cómo no lo vas a querer?

Cinco años después está de vuelta en Segunda y ha tenido que tocar el fondo del fondo para resurgir sin más guion que la urgencia de escapar de estas ligas marginales que solo reportan ruina y dudas existenciales

Así han vivido los jugadores del Córdoba CF el ascenso tras el pitido final

Víctor Castro

Francisco Merino

Francisco Merino

Ya está. Ya se ha ganado el Córdoba CF el derecho a construir su futuro en un escenario que le exigirá estar a la altura de manera permanente, en todos los órdenes, como una entidad profesional que representa a toda la ciudad como una de sus mayores señas de identidad. Hace exactamente diez años, Córdoba estalló con el ascenso a Primera División. Ahora lo hace porque su equipo logró una plaza en Segunda. Esto es el fútbol. Esto es la vida. Los infiernos de antes son ahora paraísos. Todo depende del contexto y el actual es de crisis, dudas y zozobras. Nunca había estado el club cordobesista -que el próximo agosto cumple siete décadas de vida- tanto tiempo fuera del mapa del fútbol profesional en lo que va de siglo.

Demasiado tiempo fuera del marco

Cinco años son un tiempo demasiado largo y peligroso, más que suficiente como para destruir a cualquier histórico y aniquilar por completo sus ideas de progresar. En esta cárcel de ilusiones que es la tercera división -ahora denominada Primera Federación, ex Segunda B- no es sencillo sobrevivir. El Córdoba CF lo ha hecho. Incluso llegando a lo más bajo, una competición etiquetada como Segunda RFEF -el cuarto escalón nacional- que le permitió ser campeón «de calle» y ganar un trofeo, la Copa RFEF, contra el Guijuelo. «Nunca debimos haber jugado ahí», confesó, en un alarde de sinceridad y vergüenza torera, un Javi Flores que es uno de los escasos nexos de unión que quedan -fue jugador y ahora directivo de cantera- entre aquel revoltijo de personas con intereses contrapuestos y el equipo -sí, parece que equipo por fin- que en la actualidad compite con el escudo blanquiverde. Nada puede con el Córdoba, que hace bromas de sus desgracias y siempre encuentra un resquicio para tomar una bocanada de aire y seguir dando guerra. Nada lo derriba. Ya saben todos que es inmortal.

El final del partido provocó el éxtasis en El Arcángel.

El final del partido provocó el éxtasis en El Arcángel. / Chencho Martínez

El ascenso del Córdoba CF representa la encarnación de un lema vital: el éxito es la superación de los propios límites. El club, respaldado a día de hoy por un fondo inversor con capital de Baréin, no es, desde luego, el paradigma de ese tópico con el que se etiqueta a las instituciones deportivas que tienen inyección económica de países árabes. Se mueve en parámetros modestos. Tiene, por su propia naturaleza -un histórico de una gran ciudad en una liga menor-, más ingresos que gastos. La llegada al timón de Antonio Fernández Monterrubio, un CEO más práctico que populista, ha sido un acierto. El sevillano ha conseguido que las pérdidas no alcanzaran cantidades obscenas y que los resultados fueran los esperados. 

Más valor

El paso fundamental ya se ha dado. El Córdoba CF vuelve a meterse en la primera línea del escaparate. Sus jugadores se han revalorizado, su exposición mediática crecerá y su marca queda reforzada. Los dueños sonríen ante las perspectivas. El asunto de la cesión del estadio El Arcángel parece definitivamente -tras décadas de vergüenza- encaminado. ¿Y el cordobesismo, qué? Pues a lo suyo. A festejar con todo el exceso que la ocasión merece porque ellos sí que saben, porque lo han vivido -de padres a hijos, de abuelos a nietos...-, que el Córdoba seguirá siendo uno más de su familia. Te da buenos ratos y disgustos, pero cómo no lo vas a querer.