Siempre ha sido un escritor prolífico, como avalan sus 82 libros publicados, pero desde que adquirió la condición de catedrático emérito, ya sin la docencia en la que ha empleado más de media vida de entregada dedicación, el historiador José Manuel Cuenca Toribio no para de dar a la imprenta los frutos de su constante investigación. El último, Marx en España , lo ha publicado Almuzara, editorial para la que, sin darse un respiro, ya prepara el que se espera como libro canónico de la derecha española. Y es que pocos capítulos de la historia contemporánea se escapan al veterano profesor, que, si siempre se guió por la independencia, avalado por el peso de la experiencia cada vez se siente más libre para enjuiciarlos.

--¿Qué le lleva a abordar el análisis del marxismo en España en este punto de su dilatada carrera como historiador?

--Es un poco a manera de autobiografía. Por una serie de circunstancias estuve en lugares clave de la difusión del marxismo y conocí a sus principales protagonistas intelectuales. He visto la transformación de una cultura tradicional en una cultura progresista-marxista, transformación de capital importancia. Es un tema complejo.

--Para situar al lector, se entiende que en sus reflexiones no equipara marxismo a comunismo. ¿Es así?

--No lo equiparo, no. Hablo del pensamiento marxista, que tiene una dialéctica (tesis, antítesis y síntesis), una cosmovisión del mundo, la lucha de clases que abocará un día a la destrucción del capitalismo y a la implantación de la dictadura del proletariado. Y eso se puede mantener sin ser militante comunista.

--¿Asume esos postulados?

--No, no soy marxista, solo abordo la cuestión de manera historiográfica. Yo tengo una visión humanista cristiana y creo que se puede llegar a una armonía entre las clases. Y que el planteamiento que cada persona tiene de la vida no está basado en que sea rico o pobre. Yo creo en la libertad que nos da opción a elegir este u otro camino.

--Llama la atención el gran aparato documental que completa el texto con exhaustivas acotaciones a pie de página. ¿Lo hace para aligerar la lectura a los no eruditos?

--No, es porque creo que en la historia no hay autoridad personal sino la que aporta la documentación. Especialmente en un tema polémico como es este. Hay temas, como el de historia de la Iglesia, que he estudiado mucho, en el que me puedo permitir cierta libertad en la síntesis. Pero aquí hablamos de historia intelectual, donde las luchas son enormes, por eso intento refrendar documentalmente mis afirmaciones. Hago un análisis de la historiografía, la bibliografía y la publicística marxista. Por ejemplo los libros de don Carlos Castilla del Pino, que se definía como teórico marxista.

--En el poco tiempo que lleva en las librerías el libro ha tenido una acogida superior a la habitual en ensayos de historia ¿En qué destinatarios pensaba cuando lo escribía?

--En un sector amplio. Se oye que España es un país dominado por las clases arcaicas y eso en el plano cultural no es así. La cultura conservadora en España hoy es muy indigente, mientras que la cultura marxista lo llena casi todo, los medios... Le doy un lema: La izquierda lee, la derecha critica. Y la izquierda ha leído el libro, no con empatía, sino quizá preguntándose ¿por qué no lo habremos escrito nosotros? Porque hay que reconocer que el libro es original, algo que solo se puede hacer al final de una vida.

José Manuel Cuenca Toribio --que nos recibe en su casa con la hospitalidad que caracteriza a este señor de cortesías decimonónicas-- ha estructurado la obra en tres capítulos, entre los que da gran relevancia al papel ejercido por la universidad en la difusión del modelo cultural progresista-marxista. Un terreno que el historiador conoce muy bien, por lo que en esta ocasión no solo ha acudido a papeles sino a experiencias personales. Sobre todo a su paso por la universidad de Barcelona en la segunda mitad de los sesenta, lo que le permitió vivir en la ciudad donde, en su opinión, estuvo la matriz del marxismo intelectual, paradójicamente liderado, cuenta, por editores franquistas que, como Lara, no dudaron en acoger a intelectuales de izquierdas ("mis rojos los llamaba", dice) que aportaran a su empresa los nuevos aires ideológicos que demandaba el público. "Estar en Barcelona era como los aficionados al fútbol que estuvieran en Madrid o en Barcelona en los tiempos de Messi y de Ronaldo --recuerda con cierta nostalgia--. Ya sabe que yo soy español y andaluz por los cuatro costados, pero muy amante de Cataluña, y soy decidido creyente de que la sociedad catalana es la más avanzada de España".

--¿En qué momento se instaló el marxismo en España?

--Muy débilmente en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera y luego en la Segunda República. Antes no, entre otras cosas porque España era un país que no se había enganchado a la modernidad.

--¿Y tuvo algo que ver en la gestación de la guerra civil?

--(Reflexiona) Los próceres de los gobiernos republicanos, hombres de la izquierda burguesa, no eran marxistas. Azaña era tan antimarxista como Franco. Ahora, algunos núcleos del Partido Socialista eran marxistas. Como ideario el marxismo coadyubó, pero no tuvo mucha influencia en el desencadenamiento de la guerra civil. La base del ejército republicano eran anarquistas, aunque los cuadros en parte sí eran marxistas y tuvieron el apoyo de Rusia.

--Afirma en el libro que hacia 1968 el marxismo se instala en sectores como el cine, la literatura... ¿Hay un antes y un después del 68?

--Sí, sí. Yo creo que sin revolución económica no puede haber cambio político, en eso pudiera ser un poco marxista (ríe). El 68, que se desplegó fundamentalmente en Francia, en España, a través de Cataluña, tuvo una enorme influencia en la prensa, en los medios universitarios y en la Segunda Enseñanza, e impregnó la acción de los principales formadores de la opinión de amplios sectores populares, que eran los párrocos. Los curas fueron activísimos en el cambio social que llevó a la democracia.

--¿Hubiera sido lo mismo la Transición sin el triunfo de ese ideario infiltrado en el tardofranquismo?

--En España en unos momentos predomina la dialéctica marxista y en otros el modelo progresista, que a mi modo de ver influyó más en la Transición. Don Santiago Carrillo era un político de raza y se dio cuenta de que el marxismo en España era patrimonio de una clase social mínima, influyente pero con poco reflejo en la sociedad. El sabía que el Partido Comunista tenía que aceptar la estructura de la sociedad española, que era conservadora. Eso también lo hizo don Felipe González, que renunció al marxismo y eso nos dio entrada en Europa. Además coincidió con el fracaso estrepitoso del modelo comunista en un plano político. Muy complejo, ya ve, como la vida misma.

Reconoce el catedrático emérito en su último libro que "las grandes batallas intelectuales producen muchas víctimas". ¿Lo ha sufrido él en propia carne? "Sí, aunque esté mal el decirlo, he estado proscrito y he sido un enemigo a batir porque siempre he procurado ser independiente y perseguir la verdad, nunca poseerla; he tenido reluctancia al sectarismo", confiesa. Y añade en tono confesional que junto a la independencia intelectual ha buscado la libertad, y esta ha hecho que su espíritu se acomode al humanismo cristiano.

"Siempre he querido dar testimonio de mis ideas, lo cual no es fácil --dice--. Ahí donde se sienta usted he tenido a algunos de los intelectuales marxistas más influyentes, que me escogieron a mí para educarles. Algunas de las personas más influyentes sobre Podemos han sido discípulos míos".

--¿Y qué opina de esos amagos de PSOE, Podemos y Ciudadanos por crear Gobierno que luego quedan en nada?

--Creo que ahora mismo hay un atasco en España, porque lo que hay que sustituir no ha muerto y lo que quiere sustituirlo no tiene madurez. La utopía no puede ser una forma de gobierno en sociedades avanzadas. Nos tiene desconcertados la implantación de muchas opciones que ha supuesto un cambio radical.

--En este 'impasse', al ciudadano le llega la imagen de cierto egoísmo de la clase política.

--Sí, y lo malo es que los que se presentaban como una opción han sido imantados por el poder en cuanto han podido ejercer ese poder tan denostado. Hay mucho de lucha por el poder y no un cambio de ideales.

--¿Dañaría al país una nueva convocatoria de elecciones?

--Yo creo que a muchos nos gustarían otras elecciones para ver si clarificamos este panorama que está atascado. Aunque en los jóvenes crearían un escepticismo que sería mortal.

--Algunos hablan del regreso de las dos Españas, y de que una de ellas ha de helarnos el corazón.

--Machadianamente (sonríe), don Antonio fue un guía de la transición... No, en el año 2016, cuando tenemos ahí la tragedia de los refugiados sirios, ante cambios tecnológicos que van a revolucionar el mundo, quiero creer que eso forma parte del pasado. Va a haber una inmensa corriente que asumirá los postulados de la Transición. No hay dos Españas sino una donde hay parcelas progresistas y parcelas tradicionales.