43 Festival de la Guitarra de Córdoba

Bill Frisell despierta al duende del jazz con su trío de ases

El guitarrista americano ofrece una experiencia inmersiva en un Gran Teatro solo medio lleno de seguidores fieles a la música de altos vuelos

Bill Frisell trío en el Festival de la Guitarra

A. J. González

Araceli R. Arjona

Araceli R. Arjona

Si el jazz tuviese un duende como tiene el flamenco, sin duda, se llamaría Bill Frisell, un mago de la guitarra eléctrica que ya estuvo en el Festival de la Guitarra en 2015 y que ayer regresó para ofrecer una experiencia inmersiva en un Gran Teatro de Córdoba con demasiados asientos vacíos, debido en gran medida a la coincidencia con el partido de España-Francia. Afortunadamente, hubo quien decidió entregarse a las hadas de la música y participar en un espectáculo memorable. 

Tras un efusivo «thank you very much» y una somera presentación de sus compañeros, Thomas Morgan al bajo acústico y Rudy Royson a la batería, Bill Frisell, vestido de negro y con deportivas, tomó la guitarra entre sus manos y tras unos ajustes se lanzó a lo que había venido. Sin perder la sonrisa y candidez que siempre le acompañan, conectado por un hilo invisible a sus músicos, a los que apenas necesita mirar y sonreír para decirles lo que espera de ellos, el guitarrista de Baltimore, recién llegado del Festival de Jazz de Getxo, inició su recorrido fantástico. Cuesta trabajo describir lo que ocurre en un concierto de jazz como el de Frisell y su trío de ases, un conjunto perfectamente engrasado, en el que la música fluye sin aspavientos, sin asperezas, con toques suaves, casi acariciando el instrumento. El músico invita al público a sumergirse con él en un paisaje que va explorando a medida que avanza en la melodía, una melodía que pareciera sostener en el aire, como si se tratara de una burbuja gigante que no quisiera dejar caer y que entre los tres consiguen elevar con toquecitos pausados, sincronizados e improvisados al mismo tiempo. 

Bill Frisell, que ayer hizo doblete en Córdoba, donde impartió una clase magistral para una veintena de alumnos por la mañana, antes de salir al escenario por la tarde, tiene 73 años y más de cuarenta de trayectoria musical en los que se ha entrenado a conciencia para buscar un sonido peculiar y una manera propia de componer y ejecutar la música que lleva dentro. 

En sus conciertos, la alquimia del maestro de la improvisación se desata, logrando que el público asista en silencio, cual testigo voyeur, a la cocción de su pócima mágica, que modula con su pedal, estirando o recortando los sonidos a conveniencia.A veces, el camino es sinuoso y te deja detenerte en cada detalle, como quien atraviesa un bosque lleno de luces y colores. Otras veces, el camino se vuelve tosco y amenazante, con una batería más presente y la guitarra silbando detrás de los árboles. De pronto, un momento inquietante en el que pareciera que la burbuja va a explotar sin remedio y no va a quedar otra que empezar de cero, hasta que Frisell y los suyos recuperan el hilo y lo hilvanan de nuevo. Equilibristas del sonido que dejan ver en sus caras la diversión que les produce ese juego progresivo con el que el guitarrista parece disfrutar más que ninguno.

En el concierto de ayer en Córdoba, la magia se apoderó no solo de Frisell sino de Royson, que tuvo varios momentos sublimes a la batería, que arrancaron el aplauso del público, y de Thomas Morgan, la mano derecha del guitarrista en este trío, una suerte de traductor simultáneo del maestro capaz de mantener en suspenso la melodía mientras el líder juega con ella. Impecable el último tramo del viaje. Tras casi una hora y media de concierto, sin pausas ni respiros, con apenas unos momentos de reposo del guitarrista, que sirvieron para dar vuelo a Morgan y Royson, la música subió el tono poco a poco hasta alcanzar el cúlmen y acabar con la misma sencillez con la que había empezado.

Frisell volvió a dar las gracias y a recordar los nombres de sus compañeros, a lo que el público respondió con ovación y aplauso cerrado. No hizo falta nada más para cerrar ese momento mágico de música y creación en estado puro. Eran pocos, ya que algunos abandonaron el barco antes de que acabara el concierto, impacientes por saber la marcha del partido, pero los que se dejaron llevar por el momento disfrutaron a lo grande. 

Mientras el jazz se desparramaba en el Gran Teatro, el Cuarteto de Guitarras de Andalucía ocupó el escenario del Teatro Góngora junto a la soprano Shakita Ito. Su propuesta también tenía en contra la hora. Pese a todo y con el público presente, cuarteto y soprano recorrieron las Cuerdas del Viento de David del Puerto, en un recital a través del Poema del Cante Jondo de Lorca con una bella interpretación de una partitura densa y cambiante.

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