Que el Córdoba consiga enfocar la temporada en lo deportivo es una cuestión básica. Sí, claro, es una obviedad. Pero en el caso de la entidad blanquiverde ese propósito cobra una dimensión distinta. Con la maraña judicial que hay detrás y las dudas que suscita el porvenir -ya saben: la Federación y su ‘no es no’-, la marcha del equipo será el eje argumental de una película sin género definido y desenlace imprevisible.

Un Córdoba poderoso vale muchisimo. Si estando como está nadie quiere perderlo... imagínense lo que sería meterse en dinámica de ascenso. La simple mención del término ha podido resultar risible en determinadas fases del curso, tanto por el vodevil de los anteriores gestores como por la errática marcha de una formación descompensada y -sí, hay que decirlo- huérfana de carácter.

Ahora hay una oportunidad para empezar desde cero -o desde algo más atrás, pero lo suficiente como para no abandonar- después de las reformas del mercado invernal, que han sido drásticas. Diez bajas y siete altas dan una dimensión distinta a un Córdoba reinventado por pura necesidad. Se quitó de encima a un buen puñado de jugadores que no encajaban en un escenario solo para adultos, en el que se exige pellejo duro y convicciones firmes.

Un club histórico defiende su nombre y su supervivencia en una batalla de intereses encontrados. La única certeza a la que aferrarse está en la clasificación. Los que llegaron deben ayudar a un Córdoba que está obligado a activar todos sus resortes para la resurrección. No le queda más remedio que ponerse el traje de ganador porque eso es lo que todos quieren ver ahora. Perder el tren del ascenso le llevaría a una situación insostenible.