Para unos es un libro sagrado y para otros, de ciencia ficción. Aunque es evidente que, por respeto a un gran número de seres humanos, nadie tiene por qué ultrajarlo. Es una clara agresión a los sentimientos, arraigados en lo más profundo, fosilizados con el transcurso de las búsquedas y las generaciones y asidero principal, si no único, para bastantes de nuestros semejantes. Ese individuo, el pastor Jones --"- el islán es culpable de crímenes contra la humanidad"--, que ha quemado el Corán en los Estados Unidos, lo ha hecho con premeditación y exhibicionismo; justamente lo ha quemado con ánimo de agredir, de provocar a un colectivo importantísimo que, si en algo destaca sobre todas las cosas, es en su insólita fidelidad. Avisó con arrojar a las llamas y arrojó aquello que había dictado el propio Dios, que creen a pie juntillas y adoran hasta la inmolación o el fanatismo la mayoría de las personas que aún no tienen o no quieren abrazar el becerro de oro. De violentos o salvajes son calificados por muchos de nosotros, de los del otro lado, de cuantos pasan del tema religioso o lo tienen en otro sitio: la quema de un libro no tiene por qué desencadenar una serie de asesinatos. Pero el Corán no es sólo un libro sino el Libro, la vida, los afectos y recuerdos, la esperanza y la luz; es el Corán la intimidad o la esencia misma para pedir y dar las gracias, de cada uno de sus creyentes.

Quemar la Biblia. Así titulo este artículo para tratar de mover a la reflexión a los que buscan por otro camino que puede llegar al mismo lugar o que también se queda en nada. Podemos permanecer indiferentes al ver la Biblia envuelta en llamas. No obstante, a cualquier autoridad civil o moral que lo presencie puede producirle una aversión que le lleve al grito de atención o a la condena. Esto, hoy día, ahora, que somos hedonistas y vivimos para el aspecto o la apariencia, la diversión o la búsqueda permanente con que pasarlo bien. No es ni siquiera estética una pira semejante y pudiera contrariar y mucho a algunos de los presentes. Imposible atreverse y menos con previo aviso a los medios de comunicación cuarenta años atrás, con Franco en vida y en plena dictadura; aquel tiempo en que la Iglesia de los católicos tenía tanto poder y la Biblia merecía tan alta deferencia que ni siquiera su interpretación era libre.

El espectáculo de quemar una Biblia te hubiese costado, como mínimo, un tiempo en el cuartelillo o probar las enormes palmas del guardia civil de turno. Y esto, sólo en unas decenas de años, ni medio siglo. Si nos remontamos en el tiempo, imaginen: Santo Oficio, mazmorras, hogueras para el hereje... Cervantes no topó con la Iglesia --no se hubiese atrevido--; topó con la pared del templo.

Gran parte del mundo árabe aún no ha salido de aquella época para su suerte o su desgracia, que nunca se sabe. Por lo menos, aún no se tiene noticia. Este señor americano y provocador, "casualmente" desde EE UU, es, sin duda, culpable de las muertes de esos otros en Afganistán y otros lugares ocupados. No ha sido el verdugo, el arma, el sicario, pero, muy consciente de la reacción, ha pisado la cola a la serpiente.

Como si les hubiese pagado para matar. Ellos, los que han tomado el arma, pudieran tener atenuantes: el ancestral fanatismo por su ignorancia o su equivocada religiosidad. Este individuo culto y bien alimentado, que además se considera sacerdote o pastor, tiene el agravante de exhibicionismo y, desde luego, de estupidez.

*Profesor y escritor