Opinión | al paso

Homo artificialis

Lo que yo temo es que la última especie, o sea, el homo artificialis, haga inútil al homo sapiens

El otro día un colega me llamó y dijo que por lo visto me iba a mandar un tema musical tecno cantado con la voz de Camarón utilizando para ello la llamada «inteligencia artificial». Me quedé pasmado porque escucharlo de nuevo después de muerto y con un tema que para nada iba con él, pues, a ver, que otros fliparan, pero a mí particularmente me pegó tres patadas porque siempre he intentado huir de la artificialidad. Sin embargo, una vez que escuché el temita con más atención le dije a mi colega que a pesar de lo conseguido había un error pues Camarón nunca hubiera pronunciado tajantemente la letra «j» mientras cantaba. Mi amigo me contestó que eso era superable porque la inteligencia artificial va aprendiendo sobre sí misma a una velocidad de vértigo. Pero es que compañeros abogados me comentaron que ya existía un programa de inteligencia artificial donde el abogado virtual daba opción de defensa como el penalista más renombrado. Y como ese ejemplo, parece que la inteligencia artificial está copando todos los planos laborales y sociales de la realidad. Uno, que no quiere quedarse atrás por estúpido conservador, se preguntó si sus reticencias a esta nueva y al parecer súper certera inteligencia eran producto de puro catetismo y lo que tenía es que, en vez de poner retrógradas objeciones, ponerme las pilas. Efectivamente, habrá que ponérselas de todas maneras, pero, no sé, creo que estaba vez no veo yo tan claro el avance si la cosa puede tener consecuencias que empequeñezcan el papel de los pueblos. Porque ¿para eso ha quedado el homo sapiens después de millones de años de evolución de los homínidos? Muchos pensarán que este pudiera ser el último paso. Pero ¡cuidado!, que en los anteriores pasos una especie hacía desaparecer a la otra y lo que yo temo es que esta especie de homo artificialis haga inútil al homo sapiens al permitir de cuajo que el 99% de la población mundial sea totalmente prescindible. Lo lógico es que, por mucho que imite, una máquina no es una persona. Pero ¿y sí siguen estos adelantos y terminan siendo algo muy parecido a la persona física?, ¿tanto esfuerzo evolutivo para terminar en un mundo de tornillos pensantes? Gracias al Cielo, mis terrores al respecto, por el momento, repito, por el momento, me los ha quitado mi hija Manuela, de cuatro años: una noche de este agosto estábamos en un chiringuito que hay por Vejer; el Dorado se llama. Bueno, pues allí, entre palmas y música alta, mi niña me dice que está harta de ruido, que demos un paseo por la orilla. De repente, la niña ve una estrella fugaz y me dice que pensemos cada uno en un deseo pero que no lo digamos. Y todo esto me lo dice con unos ojitos preciosos que me atraparon mi alma de hombre y la metieron en su bolsito que llevaba al hombro. «Papá, que no te puedo decir el deseo que, si no, no se cumple». No he amado más en mi vida que en ese momento. En fin, tuve dos sensaciones con respecto a la inteligencia artificial derivadas de esta experiencia: puede que algún día, desgraciadamente, nos pondrán unos enchufes en las sienes que dirán nuestros deseos al paso de una estrella fugaz (digo desgraciadamente porque entonces los deseos no se cumplirán). Pero estoy seguro de que ningún programa de inteligencia artificial podrá cuantificar nunca jamás con cuanto amor miré yo a mi niña aquella noche estrellada. Por tanto, la batalla no está perdida y mi esperanza en el ser humano sigue adelante.

*Abogado

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