Opinión | hoy
La señora
«Ahora disfruta de su dorado retiro en rojo, tras cincuenta años de servicio a lo público, o sea, a sí misma»
Es una de los personajes (no creo que el femenino sea «personajas») en mi galería (ahora sí femenino) de ilustres andaluzas y andaluces. No sé si la conocen, aunque es bastante conocida. Ella goza ya de su dulce retiro tras toda una vida dedicada a su gran olfato. Sus orígenes se remontan a allá cuando el franquismo. Ya entonces olió por dónde venían los nuevos tiempos, y salió de progresista. Consiguió ir a la universidad con una beca del dictador, y allí practicó el cría cuervos y te sacarán los ojos, y el quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. Consiguió la tapadera de estudiante para olfatear la política, la nueva vieja política de siempre, el quítate tú para que me ponga yo. Y así, enseguida olisqueó que el poder vendría por el feminismo, y fue de las pioneras en arreglar la violencia de género. Y con su feminismo, se fue embadurnando de la sagaz palabrería del donde digo digo, digo Diego. Y olfateó la mucha rentabilidad del asesinato de Lorca, y allá que se puso en primera fila. Y luego olfateó la posibilidad de la restauración cultural, y se fue cargando todo edificio y, sobre todo, cada palabra que encontraba en su cocina de palabrería. Y descubrió su dialéctica, su elocuencia, su oratoria, su retórica, su gazpacho sin fin basado en hablar y en hablar, diciendo siempre lo mismo, componiendo unas muecas con el rostro, con la frente, con las manos, unas muecas que nunca se supo, ni nunca se sabrá, si son de estreñimiento o de perpetuo disgusto desde el vacío existencial de su egregia cabeza, tan peinada, pero sin seso. Y fue pasando de modelito en modelito, pero no pudo evitar su físico matriarcal. Y se propuso acabar con el machismo, con la violencia contra la mujer, y practicó el irse de rositas. Y se propuso la cultura alternativa, y se construyó una casa muy moderna. Ahora disfruta de su dorado retiro en rojo, tras cincuenta años de servicio a lo público, o sea, a sí misma y a su tontería esencial, que consiste en haber llegado a sí misma cuando se mira al espejo y ensaya otra mueca y otro rictus, iguales a siempre lo mismo. Ahora es la señora para sus sirvientas: la que le arregla la casa, la que le plancha la ropa, la que le friega los vasos, los platos, las sobras de cada cena que celebra; la que la llama señora.
*Escritor
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