Opinión | El triángulo
Marine y la percepción del malestar
Hay varias lecciones que aprender de la primera vuelta de las elecciones legislativas en Francia. La principal, en términos electorales, es que los frentes siguen funcionando, la unificación de la izquierda en un Frente Popular para configurarse como la némesis de Reagrupamiento Nacional actuó como un acicate movilizador dejando a los macronistas, abrasados por los últimos años de gobierno y la precipitación en la convocatoria, como tercera fuerza.
Más allá de la valoración del resultado, lo que se constata es que la polarización sigue en su máximo histórico y frente al extremismo del pensamiento ultra la respuesta no es una composición moderada de las alternativas de gestión, sino que la extrema izquierda, en este caso, Mélenchon, tira ideológicamente de un socialdemócrata templado como François Hollande. Mientras siguen resonando los ecos de la necesidad de consenso de pactos de Estado en nuestro país, la realidad internacional no hace más que llevar la contraria a esa posibilidad. No hay más que ver cómo los votantes de los partidos mayoritarios han recibido el acuerdo sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial, con una mayor aceptación en los votantes socialistas que en los populares que hasta no hace tanto escuchaban sobre la ilegitimidad del gobierno y de sus socios.
Cambiar las percepciones en los ciudadanos no puede hacerse de una manera inmediata y si todos los impactos comunicativos son sobre el muro entre unos y otros, el derribo del muro crea más sorpresa que alegría. Es incierto el futuro de una sociedad en que la polarización ideológica pasa a la afectiva y el mundo se divide entre nosotros y ellos. Dar pasos atrás en esta dinámica es tan complicado como unir las cicatrices de una Cataluña dividida entre independentistas y constitucionalistas, y bien lo sabe ERC, que libra su combate interno entre ser percibido como traidor a la causa o útil para una mayoría de izquierdas sin que el eje territorial sea determinante.
La principal motivación del voto para los franceses ha sido la reducción en la capacidad de compra, seguida de la sanidad y, cómo no, la gestión de la inmigración más la seguridad. El índice de percepción de esta última es el más bajo de la Europa occidental, basado en las protestas violentas por la reforma de las pensiones o la de los chalecos amarillos. No es que sea una sociedad con mayor criminalidad, sino con mayor contestación. No tienen los peores servicios públicos, pero si les prometieron volver a ser la república grande y protectora que también la realidad internacional se ha empecinado en desmentir. Quien mejor gestiona las expectativas y el relato, gana.
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