Opinión | Guadalquivir

Rescatados

Hace unos días me interné por los caminos de Sierra Morena que conducen hasta el vetusto seminario de los Ángeles en el municipio de Hornachuelos. Un hermoso paisaje de bosque mediterráneo va flanqueando los senderos solitarios y románticos por donde en otro tiempo el Duque de Rivas se inspiró para escribir Don Álvaro o la fuerza del sino. Una pequeña ermita de los hermanos carmelitas dedicada a Santa María del Carmen de los Arenales es el principio de un camino pastoril por la dehesa profunda de alcornoques, encinas y sotobosque por donde pacen las ovejas que custodian grandes mastines blancos que ladran en el aire de la mañana.

Los senderos se bifurcan tratando de engañarte para, quizás, ocultar los misterios que se esconden tras tanta soledad. Al fin, un imponente edificio se alza entre nosotros con una enorme cruz que paraliza los sentidos. ¿A dónde vas? Y es aquí cuando reconoces que te encuentras ante el viejo convento franciscano de Santa María de los Ángeles fundado por fray Juan de la Puebla a finales del siglo XV. Un edificio colmado de historia religiosa y de vicisitudes y litigios desde su exclaustración y desamortización en 1835. De manos privadas recaló en las manos del obispado de Córdoba, donde siendo obispo fray Albino se fundara un seminario de proporciones elevadas con sus características puertas, escaleras, ventanales, aulas, capillas... por donde han quedado registrado los nombres y apellidos de tantos seminaristas. Abandonado a mediados de la década de los setenta del pasado siglo resurge en los desfiladeros de la sierra una obra magna que encabeza el prelado Demetrio Fernández. Su gran obra religiosa y social. Allí, donde el río Bembézar fuerza un meandro bellísimo, se recupera lentamente una edificación para albergar a hombres que han sufrido en sus cuerpos y en sus familias adicciones varias, tristes delitos y tiempo de cárcel. Un proyecto del consejo presbiteral cordobés por donde ya han pasado más de 130 personas de diferentes edades, estado civil y condición social. Por allí, saludé a abuelos dolidos por perder a su esposa, hijos y nietos, a hombres olvidados por sus seres queridos o deseando recuperar su entorno familiar. Jóvenes ilusionados con una nueva vida mientras cultivan en el huerto tomateras, berenjenas, lechugas, ajos... y cocinan alegres y distendidos con el cocinero José Blasco. Aprendices de albañiles levantando tapias, recuperando senderos y escaleras para llegar a la ermita de San Rafael en el Salto del Ángel. Por las galerías barren y friegan dormitorios y espacios comunes. Y la armonía reina desde que se levantan hasta que se recogen, donde desde la libertad y el respeto comparten el trabajo, el ocio y la oración. Un equipo y un proyecto que dirige Cristóbal Muñoz, auténtico motor de estos rescatados de María, como gustan llamarse, y la asistencia espiritual del capellán de la pastoral penitenciaria José Antonio Rojas. En la capilla un enorme crucificado exclama «tengo sed».

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