Opinión | La rueda

Enreda que algo queda

Si la condena del Supremo a los líderes del ‘procés’ sonó a escarmiento, la ofensiva contra la ley de amnistía tiene la pinta de bravucona advertencia

Nada nuevo bajo el sol. Ni tampoco sorpresa por la última contorsión judicial para chinchar al independentismo. Y a quien depende de sus votos, claro. Ya hace tiempo que políticos, empresarios, abogados, jueces, fiscales, escritores, periodistas, ciudadanos en general... se dividen en dos categorías: quienes querrían pasar página de este embrollo, por convicción o por interés; y quienes se empeñan en ganar por goleada.

El toque a rebato de Aznar, el ya famoso «el que pueda hacer, que haga», simboliza la defensa numantina del Madrid de la corte ante todo lo que huela a pérdida de mando. Este Madrid, más que nunca a lomos del ayusismo, está ebrio de poder e influencia y no será fácil que se le pase la borrachera. Si la condena del Supremo a los líderes del ‘procés’ ya sonó a escarmiento en toda regla, la ofensiva contra la ley de Amnistía tiene toda la pinta -y el descaro- de una bravucona advertencia: «ni se os ocurra intentarlo otra vez».

Cada día se observa con mayor nitidez la existencia de un batallón de jueces -y juezas- convencidos de que su misión histórica es salvar España. La división de poderes empieza a sonar a chino. Y como además disponen de una trompetería mediática que les eleva a la categoría de héroes cada vez que dictan un auto o una sentencia que cruja a Puigdemont y compañía, ya tenemos la tormenta perfecta. Sin olvidarnos de las maniobras orquestales en la oscuridad que la mal llamada «policía patriótica» ejecutó durante varios años al amparo de las autoridades. Creo que David Madí, que en su día ejerció como una especie de Miguel Ángel Rodríguez con barretina, acierta cuando lo considera una suerte de GAL-2, en su libro ‘Merecer la victoria’. Claro que, en el otro lado del tablero, en el de quienes nos metieron en este lío, tampoco se adivinan grandes ideas para romper el corsé del «ellos/nosotros». Una pena, porque Cataluña necesita demoler el muro que separa a quienes desean o no la independencia; y eso exige una traducción política. Si no es así, corremos el riesgo de volver a la nefasta disyuntiva: inventos o garrote. Vaya planazo.

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