Opinión | Tres en línea

Hacer lo correcto

El nuevo Frente Popular improvisado por la izquierda venció contra pronóstico en la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, celebradas el pasado domingo. Aunque el resultado no será fácil de gestionar, y esa misma izquierda deba llevar mucho cuidado en no confundir victoria con mérito, porque recibió muchos votos de ciudadanos que en otras circunstancias nunca hubieran apoyado su propuesta, Europa respira aliviada porque la extrema derecha blanqueada de Marine Le Pen vea obstaculizado su camino al poder. En el Reino Unido, también los laboristas acaban de cosechar una victoria aplastante sobre los conservadores. En ambos casos, entre las muchas lecturas que pueden hacerse, hay una sobre la que conviene también reposar la mirada: los caudillismos, de derechas o de izquierdas, han salido tocados de este envite. Hasta Mélenchon tuvo que ponerse de perfil durante la campaña gala, por mucho que ahora trate de capitalizar el éxito. Es una buena noticia.

Contrasta la situación vivida en ambos países con la que se observa en España. Aquí el PSOE, como partido, padece una anemia galopante, sólo hay que ver su estado en comunidades como la andaluza, la valenciana o la madrileña. Y se sostiene, precisamente, por el liderazgo de un secretario general, presidente del Gobierno, que ha roto todas las reglas del juego interno o externo y parece no tener otro lema que el de “después de mí, el diluvio”. Pero más allá de los socialistas, en eso que se llamó la izquierda a la izquierda, lo que hay es un páramo, consumado el fracaso como proyecto de Sumar y confirmada la condición de perro del hortelano de lo que queda de Podemos. Paradójicamente, es esa debilidad de quienes hasta hace unos días comparecían como los regeneradores de los usos y costumbres de la vieja política la que más obliga a Sánchez a alargar contra viento y marea la legislatura. Porque de haber adelanto electoral, que nadie es capaz de descartar si en Cataluña Illa no logra la investidura, Sánchez es consciente de que los resultados del PSOE, incluso mejorando lo presente, podrían no dar para volver a gobernar por el derrumbamiento de sus socios.

En la derecha ocurre lo contrario y, sin embargo, el resultado es el mismo: la incapacidad para dejar de estar condicionados por los socios que les flanquean. Feijóo no hay día que dé una de cal sin volcar a renglón seguido dos de arena. No había pasado ni un minuto desde que acertó imponiendo a los suyos propios un acuerdo para renovar el Poder Judicial cuando ya estaba copiando a Abascal y pidiendo que los buques de la Armada soltaran amarras para contener la inmigración. Lo que el presidente del PP no acabó de explicar es para qué quiere sacar los destructores fuera del puerto, pero el problema es que cualquier respuesta a esa pregunta sería, por no ir más lejos en los calificativos, tan inútil como irresponsable.

Feijóo hizo esta sorprendente proclama antes de que las urnas hablaran en Francia, esto es, cuando aún podía pensar que Le Pen iba a alzarse con un triunfo claro. Visto lo ocurrido luego, la cuestión que los populares tienen que plantearse en España es si asumir los postulados de Vox es lo mejor para ellos y para la sociedad en la que viven. ¿Es con ese discurso con el que el dirigente popular piensa arrebatarle el gobierno a su rival socialista? No parece que en Europa a liberales y conservadores les esté yendo bien por el camino de seguir el argumentario extremista, como tampoco a la socialdemocracia le ha dado nunca buen resultado dejarse marcar la agenda por el radicalismo a su izquierda.

Si hay en estos momentos un asunto capital, que no se borrará de la actualidad por muchos acontecimientos que sobre ella se precipiten, ese es el de la inmigración. Las dos orillas del Mediterráneo constituyen la frontera más desigual del planeta y la que mayor presión va a recibir en los próximos años debido, entre otras calamidades, al cambio climático y las guerras. Así que el reto de diseñar una política que no alimente el miedo y el odio en el norte ni aumente aún más la desesperación en el sur (al contrario, que ofrezca soluciones para paliar situaciones tan terribles como las que se están viviendo) representa un desafío formidable, tanto para la UE como para España. La insostenible coyuntura que vive Canarias ofrece a Sánchez y Feijóo una oportunidad para demostrar que existe una diferencia entre quienes están llamados a resolver grandes problemas y quienes sólo se aprovechan de ellos para obtener beneficios a costa de todos. Veremos si son capaces de hacer lo correcto.

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