Opinión | Entre líneas

Al frente de sus mesnadas

En verano el ‘clima prebélico’ se diluye, quizá porque en bañador uno está menos tenso ideológicamente o porque la clase política está de vacaciones

En política me encanta los meses de julio y agosto porque tantas tensiones desaparecen de un plumazo. España puede esperar a septiembre para irse al carajo, las conspiraciones para cargarse la sociedad se diluyen o dejan de importar y es aún mucho más difícil creer que en las playas exista un ‘clima prebélico’. Será porque en bañador nos damos cuenta de que todos somos más iguales en alma y cuerpo por broncear, pantorrillas desnudas y michelines. O porque pensar en la caña de cerveza, el gazpacho y el espeto que nos espera al medio día acapara toda nuestra atención. O quizá es porque buena parte de la clase política también está de vacaciones, aunque no quiero pensar en ello porque entonces habría que concluir que los que cobran por representarnos serían parte del problema y no de la solución a tanta furia y mala leche generada.

En todo caso, el verano es momento de tomar distancia entre ideologías y de darse cuenta de que nos merecemos un descanso de todo lo cansino y de que, incluso, hay que tomar una prudente distancia con nuestros queridísimos líderes.

Verán: siempre me ha llamado la atención cómo se ‘venden’ a sí mismos los mandamases de cualquier grupo humano. Un solo ejemplo: tanto en la historia antigua como en la medieval y hasta en la contemporánea nos cuentan las crónicas cómo tal rey o aquel general encabezaban en las campañas de verano sus ejércitos hacia la batalla. Así, siempre nos hemos a imaginado a tan admirables jefes con armaduras relucientes y limpias, erguidos, valientes, serios y enérgicos en la primera fila de sus huestes, aunque en los mismos relatos son realmente pocas (ninguna) las veces en las que después, a la hora de luchar, tan magníficos líderes acometían los primeros. Más bien, luego se quedaban a mandar o a verlas venir desde la retaguardia. No digo con ello que hay que perder el respeto o desobedecer a nuestros caudillos, pero sí que conviene no olvidar que las guerras las declaran personas que cenan juntas y en ellas mueren otros que no se conocen entre sí. Porque lo de cabalgar al frente de sus mesnadas no se hacía como gesto de valor. Era para no tragar en el seco camino el polvo que levantan sus propios y ‘amados’ soldados.

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