Opinión | Entre visillos

Adiós, querida Rafi

Había dado ya por concluido el «curso», que por diversas razones resultó esta vez demasiado agitado para mi gusto, pero una fuerte sacudida del alma me trae de nuevo a estas páginas, aunque sea en día y lugar que no me tocan. Y es que cuando se es periodista, aunque ya lejos de las trincheras, se digieren mejor las alegrías y las penas puestas por escrito. Y yo quería despedirme desde aquí de Rafi Valenzuela, esa pequeña gran mujer que se nos ha ido con 62 años, cuando tanto le quedaba por ofrecer como siempre hizo, con la mejor de las generosidades posibles, que es la de darse uno mismo con absoluta entrega y hacerlo con naturalidad, sin concederse la menor importancia. Siempre, siempre, por mal que vinieran dadas, con la sonrisa puesta no sólo en la boca sino en todo su ser. Sonreían sus negros ojos traviesos, donde no permitía que anidara la tristeza –de hecho, solía animarse por dentro y por fuera con ropas coloridas y vaporosas que contagiaban ganas de vivir-. También era pura sonrisa ese soplo de bondad que la envolvía hasta cuando, siendo la primera mujer subdelegada del Gobierno en Córdoba, afrontaba situaciones complicadas sin despeinarse y lograba que nadie se sintiera herido.

Doctora en Literatura Española Contemporánea y feminista sin estridencias, ejerció con dignidad y esfuerzo el cargo durante un lustro, hasta que la enfermedad la venció el pasado año. Y entonces sobrevino el largo silencio de quien, siempre eficaz y más cómoda en la gestión, sobre todo la cultural, que en la política y sus broncas, había sembrado de diálogo, amabilidad y simpatía el terreno empedrado de la función pública. Sufrió lo indecible la prematura muerte de su marido, el poeta Eduardo García. Quiero pensar que se reencontrarán. Buen viaje, querida Rafi.

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