Opinión | Cielo abierto

El escopetazo de Vox

No estamos a salvo de nosotros mismos, cuando ya ni siquiera sabemos separar la realidad del chiste

Ninguna alternativa se construye con una ópera bufa. El último aspaviento de Vox quizá parece otra astracanada que se deja el aliento por llamar la atención. Sin embargo, hay matices airados que conviene sacar de su abanico de gesticulación para tocar el nervio de la idea. Hasta ahora, Vox ha ido oscilando entre una defensa férrea de la Constitución -especialmente, la integridad del territorio- y salidas de tono más cercanas a una cuarta entrega de La escopeta nacional, pero con la humorada del exceso tomándose a sí misma demasiado en serio. Sin embargo, últimamente ha tomado otra deriva, porque salir del grupo político europeo que encabeza Giorgia Meloni, para entregarse al grupo de Víktor Orbán, tiene poco de caricatura y mucho de amenaza democrática real. Es lo que sucede cuando pasas de censurar obras de teatro ingenuamente provocadoras, que en el Madrid nocturno, atrevido y libre de los 80 no habrían llamado apenas la atención, a posar en la foto con las gentes que no creen en Europa, y sí en la represión de algunos de sus valores fundamentales, como la libertad de expresión o la igualdad total entre los ciudadanos, incluidas sus procedencias, sus credos y sus etnias. Así, hemos pasado de un partido que surge como respuesta a la indolencia continua de batín de siesta de Rajoy, con alguna salida de tono berlanguiana en mal plan -pero muy de escopetazo nacional de digestión agitada-, a una gente que ya se ha puesto pesada con los menas y además se alinea con todo lo peor del continente, que es mirar a Putin como una salvación de no se sabe qué.

Uno se pregunta hasta cuándo seguirá Santiago Abascal no haciéndole la cama a Pedro Sánchez, sino poniéndole el pijama, cubriéndolo con el embozo y dejándole un vaso de leche tibia junto a la almohada. Ante el escándalo del Gobierno, a Vox no se le ocurre otro escopetazo, tras haberse aliado con Orbán, que romper sus pactos territoriales con el PP. El Nacional IV de Vox lo saca de su penúltima condición de divertimento paródico de la derechona para entrar en la senda peligrosa de radicalismo que le han reprochado hasta ahora. Hay que tener en cuenta que en España si criticas a Sánchez ya eres, automáticamente, de extrema derecha, aunque Sánchez sí puede pactar con la ultraderecha abiertamente racista de Junts sin que a Zapatero se le mueva una ceja.

Ya hemos pasado la línea del sainete, porque este Vox representa algo distinto al bofetón de vigor que pedía a voces el 155 lánguido de Rajoy: ahora es otra cosa, justo cuando en España se requiere una oposición que sepa discurrir y argumentar. No estamos a salvo de nosotros mismos, cuando ya ni siquiera sabemos separar la realidad del chiste.

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