Opinión | Historia en el tiempo
Un político: J. Borrell
Entre los ocho o diez grandes políticos que la abrillantada etapa de la primigenia auténtica Transición proporcionó a la nómina áurea de los gobernantes de la más reciente contemporaneidad hispana, figura sin temor alguno a errar el nombre del humilde pueblerino ilerdense J. Borrell. Inteligencia preclara y político de raza, desde las invariables y constantes matrículas de honor logradas por el «hijo del panadero» de Pobla de Segur hasta el término mismo de sus dos y muy diversas carreras universitarias, la estela más refulgente escoltó su trayectoria discente así como, sin interrupción, los distintos escalones de su descollante cursus honorum administrativo hasta entrar en el respetado y envidiado cuadro de los inspectores de Hacienda, una de las muy escasas elites que conservan aún en tiempos de procelas burocráticas sin fin el prestigio aquistado a lo largo de una trayectorias holgadamente centenaria.
Adentrado a tambor batiente en las filas de su querido socialismo -«aquel PSOE», biografiado con pluma aquilatada y nostálgica por Virgilio Zapatero en fechas recientes en un libro de la ya muy acreditada editorial cordobesa Almuzara-, su crédito y ascenso subieron en flecha pese a las fuertes reticencias de parte de sus antiguos prebostes. Felipe González no figuró entre ellos, antes al contrario; y de ahí que su muy pronto llegada a la cumbre del viejo partido se revalidara sin tardanza en su opción al liderazgo supremo una vez pasados a la reserva los rutilantes nombres de su vieja guardia. Sin embargo, un tropiezo en el lugar más inimaginable de la composición de su equipo de íntimos colaboradores echó por tierra su muy elaborado y sugestivo proyecto de jefatura del partido y de la misma nación española.
Sostenido ahincadamente por la hija de un muy conocido periodista falangista cordobés que un veintenio ulterior sería su esposa legal, este verdadero hombre de Estado buscó y halló en la institución europea de ámbito internacional más valorada un lugar al sol, que ocuparía en el lugar de honor hasta estas últimas semanas. Es asaz probable que, dadas sus sobresalientes cualidades, la Unión Europea lo acomode en los próximos meses en una responsabilidad de alto bordo en sus estructuras más salientes. Pero de no ser así, la España actual ansiaría su regreso al ruedo ibérico como una de sus postreras ansias palintocráticas, conforme intentaremos evidenciar en un próximo artículo.
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