Opinión | Escenario

Bronceadores

Antes de emprender el viaje saco a ‘Kira’ a dar un paseo, a ver si se tranquiliza. Desde ayer está viendo los preparativos y anda tras de mí como un alma en pena, expectante, preocupada y cortándome el paso para hacerme saber que ella quiere venir también. La llevo por los sitios habituales, buscando los jardines y los árboles del bulevar. Le gusta especialmente uno que hay delante del Gran Teatro; así manifiesta sus inclinaciones artísticas. Sentado en una terraza, tomando café, me encuentro a José Carlos Fernández Roldán, dermatólogo, académico y vicepresidente del Aula del Vino. Me paro un momento con él y aprovecho para despedirme. Dice que ya sabe que me voy porque en mi artículo de la semana pasada hablaba de maletas. Y me hace una recomendación: «Cuando escribas di que hay que usar protector solar». Así que, a la manera del gran visir del Comendador de los Creyentes, «Escucho y obedezco». Dicho queda.

Por mi parte, hace ya muchos años que no tomo el sol directamente, pero repaso mentalmente todos los disparates que mis amigas y yo hemos hecho para broncearnos, sobre todo en la adolescencia y primera juventud, cuando derrochábamos la vida como si fuese un manantial inagotable. Horas y horas tostándonos, vuelta y vuelta. Nos poníamos en la piel toda clase de potingues comerciales y caseros. Entre los caseros el que más éxito tenía era una mezcla de aceite de almendras y, agárrense, yodo. ¡Cómo no íbamos a broncearnos, si lo que hacíamos era teñirnos la piel¡ Por lo que he investigado, los bronceadores caseros continúan suscitando interés, pero ninguna de las fórmulas consultadas incluye el yodo; eso sí, casi todas contienen aceite de almendras, de coco y de zanahoria. Lo importante es adquirir ese color saludable de vacaciones y aire libre.

El único sol que tomo ahora es el que recibo obligatoriamente, si quiero leer el periódico, porque cada vez me ponen más lejos los puntos de venta. Este año tengo que ir a un estanco que está a un kilómetro y medio de mi casa -no hay mal que por bien no venga; así ando- que no es mucho si no tenemos en cuenta que el camino es por el paseo marítimo, a pleno sol, y que la prensa no llega hasta las nueve y media de la mañana. O sea, que tomo el sol, no intencionadamente, pero lo tomo; igual que los corredores y corredoras que me adelantan echando el bofe o los que andan deprisa o los que simplemente pasean en animados grupos parlanchines. Mientras, la playa se va llenando de sombrillas, sillas, toallas y niños a los que sus padres embadurnan con protector solar, antes de ponerles los manguitos flotadores en los brazos y embadurnarse ellos mismos.