Opinión | Jueves sociales

Foreveryoung

No entendemos la preocupación de los jóvenes por su aspecto físico, así, en general, como si todos fueran uno con una sola mente pensante, un ente abstracto .

Nos llevamos las manos a la cabeza con los trastornos alimentarios, con sus depresiones, con que no tengan ganas de vivir. Los consideramos nacidos por generación espontánea, por supuesto, no de nosotros, sus padres, sino de una sociedad que ha convertido la imagen en la reina de la fiesta continua. A fuerza de estar expuestos cada segundo, cómo te van a gustar tu nariz, tu vientre o tus piernas.

Antes tampoco te gustaban, pero no tratabas de enseñarlas a medio planeta a costa de recibir insultos o descalificaciones. También nosotros quisimos ser perfectos, como ellos. Pesar lo justo, llamar la atención, no ser uno más, sin caer en la cuenta de que en cada intento nos parecíamos mucho más al rebaño.

Como la mente es sabia, y se queda con lo justito para sobrevivir y tirar para adelante, no recordamos cómo éramos, la forma de encoger barriga, el agua oxigenada como remedio para ser rubia, la crema de zanahoria para torrarse bajo el sol y lucir un moreno de película.

Ahora criticamos a los jóvenes, así en general. No comprendemos la anorexia, la bulimia, su desencanto, o su hiperactividad. No lo comprendemos nosotros, que agotamos las ventas de Ozempic o similares, esos medicamentos para diabéticos que se han convertido en la panacea para adelgazar, aun a costa de desabastecer el mercado para quien de verdad lo necesita.

Nosotros, insisto, los adultos, los de los arreglos en la cara, el bótox, el ácido hialurónico, las operaciones. Será porque nos aceptamos muy bien y estamos a salvo de lo que les preocupa a nuestros chicos, de la tiranía de la imagen.

Tan seguros de nosotros mismos que nos engañamos fingiendo estar bien en nuestro cuerpo, al que sometemos a un régimen continuo, y no a una forma de vida. Y así, sin intentar comprenderlos, seguimos hablando del último régimen de moda, de lo bien que estás si pierdes tres kilos o de la operación bikini. Y ellos, pobres, nuestros hijos, nacen en una red que tejemos a su alrededor, sin darnos cuenta, atrapados en la búsqueda de una perfección que no existe, que no existirá nunca, enfermos sin el oxígeno necesario, a pesar de que están rodeados de vida, peces que no saben respirar dentro del agua.

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