Opinión | Cosas

Diferidos

La luz del Sol tarda ocho minutos en llegar a la Tierra, lo cual hace un poco más digerible la tremenda ecuación del espacio y el tiempo. Posiblemente, contemplemos en el firmamento estrellas que ya no existan y hasta celebramos las vivencias en diferido. A este articulista le pilló el gol de Nico sacando la basura. No hizo falta regresar a casa para contagiarme de la euforia, pues la calle era un eco de voces atronadoras. Recalco lo del eco porque no se trataba de un griterío unísono, sino que se notaban los ocho segundos de retraso de las plataformas digitales. De hecho, saboreé el gol de Oyarzabal cuando Cucurella aún no había recibido la pelota, tal era el vocerío de los vecinos.

Hay en este jubileo televisivo cierta poética de la desincronización, la metáfora de la alegría distribuida en las señales de retorno, propia de un país tan reacio a galvanizar en causas comunes la cohesión de la felicidad. Quizá el lehendakari estuvo tentado de ver en diferido otra regata de traineras, pero casi es seguro que medio Bilbao jaleó el remate del menor de los hermanos Williams. Y si en política está cotizadísimo el don de la oportunidad, mal momento eligió Vox para romper sus gobiernos de coalición. La cuestión migratoria se desdibuja cuando un chaval de origen magrebí, que ha soplado sus 17 velas en la Eurocopa, se convierte en el portador del orgullo nacional.

En Obejo, la velocidad del sonido parecía competir con las propias zancadas del fuego. Mientras los pinganillos de los retenes ansiaban el pitido final, surgían las reminiscencias con el incendio de 2007, el campo de tiro de Cerro Muriano nuevamente como foco de la ignición. Aunque desde hace tiempo son favorables las sinergias de la provincia con el estamento castrense, habría que acentuar las medidas para minimizar este riesgo forestal. Paradojas de que en uno de los veranos más suaves de los últimos años -toquemos madera-, nos topemos con el agridulce sobrevuelo de los hidroaviones sobre la serranía cordobesa.

Desacoplados también estaban el zumbido de la munición y la histeria que envuelve todo intento de magnicidio. Ya sabemos lo peligroso que resulta colocarse como acólito en el ábside de los candidatos, el sacrificio de la empatía cruelmente recompensado con una bala perdida; una posibilidad acrecentada en un país donde adquirir un arma es más fácil que comprarse un polo flash. Un atentado condenable sin paliativos, lo cual no es incongruente con señalar que Trump ya tiene la foto que necesitaba para recuperar la Casa Blanca. Guarda esa composición la estética del izado de la bandera en Iwo Jima, con la oreja sangrante y el puño desafiante para encorajinar a los propios. Los diversos prismas del diferido.

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