Opinión | Hoy

Andaluz flamenco

Pues en lo que se refiere a nuestro andaluz tan flamenco, fuera de los entendidos, el común del pueblo, en su inocencia vernácula, aplaude todo, porque con su copita de vino es capaz de tragarse lo que sea

Pues resulta que, con estos nuevos tiempos tan demócratas democráticos, me ha dado por aprender flamenco. Para mí no hay más democrático que este arte tan andaluz. Y en eso distraigo ahora mi tercera edad. Cada mañana oigo las noticias y ahí están los fandangos, las farrucas, los tientos. Les confieso que lo que me está resultando más difícil no es esa combinación de compases de tres por cuatro y seis por ocho, o el taconeo, o doblar las palmas, no; lo que me está costando más trabajo es mover las manos como si trincara imaginarios billetes, y a la vez soltar esas expresiones entre ay y ay, y entre taconeo y taconeo. Expresiones como «¡ere!», o más difícil: ¡«ere la gracia!». «Gracia» dicho con esa fonética andaluza tan variopinta que transforma la ce en ese muy vibrante, sobre todo si canto unas sevillanas. O sus variantes como «¡ele!», «¡olé!», «¡ole!», «¡arza!», «¡toma ya!». Y es que ¡menudo tinglado se me monta en el cuerpo cada vez que suelto un «¡ere!» o un «¡ere la gracia!». Se me descomponen las manos, los pies, los ayes y hasta los mismos melismas. La gente que presencia mis prácticas, sin embargo, lo aplaude todo. Pues en lo que se refiere a nuestro andaluz tan flamenco, fuera de los entendidos, el común del pueblo, en su inocencia vernácula, aplaude todo, porque con su copita de vino es capaz de tragarse lo que sea. Los andaluces somos así de graciosos, quizás desde Argantonio en Tartessos, desde las bailarinas gaditanas con sus crótalos hasta esa morralla de películas, tan de moda en los años cuarenta del siglo pasado. Porque lo peor es un aficionado que se cree que se entera de algo de lo que ocurre y aplaude con su «¡ere!» a todo lo que se le ponga por delante.

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