Sanfermines

Salida a hombros de Emilio de Justo con una desaprovechada corrida de Victoriano del Río en Pamplona

El extremeño ha cortado dos orejas del quinto y Ginés Marín una del tercero en la quinta de San Fermín

De Justo, a hombros en la corrida de este martes en Pamplona.

De Justo, a hombros en la corrida de este martes en Pamplona. / Jesús Diges / Efe

Paco Aguado (EFE)

Ficha del festejo

Ganado: seis toros de Victoriano del Río (el 6º con el hierro de Toros de Cortés), casi todos cinqueños y desiguales de volumen, con los tres últimos de sobrada seriedad y hondura, y en general aparatosos de cabeza. En conjunto, y a excepción del sexto y del cuarto, tuvieron nobleza, fondo y entrega, especialmente el quinto, "Campanilla", que derrochó clase en sus repetidas embestidas.

Sebastián Castella, de carmín y plata: pinchazo, media estocada baja y estocada trasera desprendida (silencio tras aviso); cuatro pinchazos, media estocada desprendida y descabello (silencio tras dos avisos).

Emilio de Justo, de verde botella y oro: estocada desprendida (silencio tras aviso); estocada ladeada (dos orejas). Salió a hombros.

Ginés Marín, de verde oliva y blanco: estocada caída (oreja); estocada desprendida (silencio).

Quinto festejo de abono de la feria de San Isidro, con lleno (unos 19.000 espectadores), en tarde de calor bochornoso.

 El diestro Emilio de Justo salió este martes a hombros por la puerta del encierro de la plaza de Pamplona, después de la lidia de una corrida de Victoriano del Río que no fue plenamente aprovechada por la terna, incluido el excelente quinto de la tarde que propició el triunfo del extremeño.

Aunque se cortaron tres orejas -contando también con la que Ginés Marín paseó del tercero- el encierro que la divisa madrileña soltó al ruedo iruñés contó con hasta cuatro toros de claras ocasiones, y no solo en lo referente al corte de orejas, que también, sino a las muchas opciones que ofreció a la terna para realizar un toreo de más reposo y compromiso.

Pero esa tauromaquia más trascendente y auténtica se vio en pocas ocasiones, por la falta de un mayor compromiso de los tres toreros a la hora de los cites y los embroques y, sobre todo, de un mando más templado y ajustado, que era el que pedían las buenas embestidas de esos cuatro serios ejemplares.

Y el mejor -de la corrida y, de momento, de la feria- fue con amplia diferencia ese quinto, Campanilla de nombre y con 620 kilos de seriedad muy bien repartidos en sus voluminosas pero buenas hechuras. Tanto así que, desde que empujó de verdad en el primer puyazo, rompió a embestir galopando con clase y con ritmo, siempre echando el hocico por delante y descolgando su largo cuello en cada arrancada.

Con tal material, Emilio de Justo hizo una faena muy estándar, ligando, sí, los muletazos por ambos pitones en tandas largas, tal y como el toro propiciaba en su forma incansable de repetir, pero sin acabar de gustarse y de poner la suficiente cadencia.

Sólo al final del vistoso, que no hondo, trabajo, cuya emoción aportó casi siempre el serio ejemplar, De Justo se recreó en unos ayudados por bajo que sí que tuvieron largura y compás.

Sea como sea, tras una estocada algo desprendida volcándose en el encuentro, el diestro cacereño acabó paseando las dos orejas que le pidió el como siempre amable y festivo público de Pamplona, que, en cambio, se limitó solo a ovacionar en el arrastre al que puede aspirar a ser el toro de la feria.

Antes, De Justo había pasado con ligereza a un segundo de fea y aparatosa cuerna, que se empleó mucho y bien por el pitón derecho, por el que solo en el tramo final del trabajo logró cuajarle tres muletazos con profundidad.

Al toro siguiente, hondo y de fino perfil, le había cortado una oreja de poco peso Ginés Marín, que le abrió el trasteo con las dos rodillas en tierra para posteriormente no acabar de coger el ritmo de un animal que, algo medido de fuerzas, pedía más pulso en el trazo para desarrollar su buena clase.

Y si al final hubo trofeo, fue únicamente por el rápido efecto de la estocada caída con que lo tumbó el extremeño, que con el voluminoso y desrazado sexto luego se dilató de más en un trasteo de más oficio que lucimiento.

En cuanto a Sebastián Castella, su tarde en Pamplona no pasó de ser una monótona reiteración de pases lineales y sin fibra, en dos trabajos igual de anodinos, ya fuera con un primero terciado y cornalón que tuvo una suave nobleza que con un serio cuarto de gran alzada que humilló poco pero que se dejó hacer hasta que en una colada levantó los pies del suelo al torero francés.