Toros

Salida a hombros de Jesús Enrique Colombo por su toreo bullanguero con los "miuras"

La benevolencia del fin de fiestas le brindó tres orejas en una corrida que puso el broche a los Sanfermines

El diestro Jesús Enrique Colombo sale a hombros de la plaza.

El diestro Jesús Enrique Colombo sale a hombros de la plaza. / Villar López/EFE

Paco Aguado/EFE

Ficha del festejo

Ganado: Cinco toros de Miura, de gran alzada y volumen pero a falta de mayor cuajo, y desiguales de cabezas, que tuvieron un descastado y defensivo comportamiento en su conjunto, y un sobrero de Cebada Gago (2º, sustituto de un titular que se partió un cuerno de salida), también manso y áspero.

Antonio Ferrera, de violeta y oro con remates negros: estocada atravesada y dos descabellos (silencio); estocada desprendida perpendicular (silencio).

Manuel Escribano, de carmín y oro: estocada tendida y cuatro descabellos (silencio); estocada trasera desprendida (oreja).

Jesús Enrique Colombo, de negro y oro: estocada caída delantera (oreja); estocada desprendida (dos orejas). Salió a hombros por la puerta del encierro.

Cuadrillas: destacó Juan Francisco Peña en un buen puyazo al segundo.

Plaza: Décimo y último festejo de abono de la feria de San Fermín, con casi lleno en los tendidos (algo menos de 19.000 espectadores) en tarde de mucho calor.

El diestro venezolano Jesús Enrique Colombo salió hoy a hombros en la corrida que ponía broche a los Sanfermines, después de que se le concedieran, con amplia benevolencia, hasta tres orejas por sendas faenas bullangueras a sus toros de la corrida de Miura.

El derroche, o el saldo, orejero de la tarde no se vio justificado en ningún momento por lo que realizó con ambos el torero suramericano, más pendiente de buscar la complicidad de las peñas y sin aplicase con un mínimo reposo, sino más bien con un ligero juego de piernas para evitar el compromiso, todo envuelto con efectismos populistas.

Además, con las banderillas, con las que fue muy aplaudido, Colombo clavó casi siempre muy pasado, lejos de la pauta del pitón de salida, después de largos preparativos, incluso en los dos toros en que compartió tercio con Escribano. Para más inri, la estocada con que acabó con el descastado tercero fue, por caída, lo bastante defectuosa para no añadir ni ese mérito a un trasteo anterior totalmente vacío de contenido.

Con el sexto, el único con cuajo, y qué cuajo, de la "miurada", el venezolano bulló de capote por zapopinas y se pasó siempre muy despegadas y con mucha velocidad las quince o veinte arrancadas que el toro le regaló con fuerza e inercia, para dilatarse luego en un juego de tirones y telonazos en cuanto el cárdeno perdió celo.

Pero la fulminante estocada delantera con que tiró a la arena al último toro de estos Sanfermines desató la euforia de unas peñas más generosas aún antes del Pobre de mí y que ya habían entrado, como la presidenta, en fase de derroche de final de fiestas.

A Manuel Escribano, tan bajo como estaba el listón de la exigencia, le dieron también la oreja del quinto, el más "terciado" de los de "Zahariche", y que además fue el que más abajo y más largo se empleó en los engaños, por no decir el único. Y ya que salió suelto de chiqueros, el sevillano optó por cambiar el saludo previsto a portagayola por dos largas cambiadas también de hinojos en la misma puerta de chiqueros.

Luego llegaría un dilatado y más ajustado tercio de banderillas, con un último y buen par al quiebro, prólogo de una faena de muleta de poca miga, con pases ligeros y despegados, rematada con un espadazo trasero y desprendido, lo que no fue óbice para que paseara esa segunda oreja de la tarde.

Tampoco se afianzó demasiado Escribano con el sobrero de Cebada Gago, que manseó declaradamente en varas y se salió desentendido o punteando por alto de todas las suertes, incluida la suprema, cuando le llegó a poner al sevillano los pitones en el pecho al dejar la estocada.

En cambio, Antonio Ferrera, primer espada del cartel, se fue sin premio tangible tras dar una lección de buena lidia, desenvolviéndose con soltura con el capote ante sus dos mansos, y manejando la muleta con sobrado oficio y preciso pulso, lo mismo con un primero de aparatoso volumen y pobres defensas, que no paró de calamochear afligido, que con el cuarto, también de gran alzada y que siempre se frenó y punteó los engaños.