Opinión | Tres en línea

Pedro Sánchez que estás en los cielos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, desvelará el lunes si dimite o continúa al frente del Ejecutivo, y en qué condiciones. En una legislatura que desde sus inicios se ha movido a espasmos, Sánchez abrió una crisis sin precedentes el pasado miércoles, cuando a través de una red social hizo pública una carta en la que denunciaba el acoso al que a su juicio estaba siendo sometida su familia tras las denuncias contra su esposa por supuesto tráfico de influencias, publicadas por algunos medios digitales, y la apertura de diligencias, en base únicamente a esos recortes de Prensa y a una acción de la plataforma ultraderechista Manos Limpias, por parte de un juez de Instrucción de Madrid. En esa carta, Sánchez anunciaba que se tomaba un plazo, que concluye mañana, para “meditar” si continúa en su cargo o no. Sea cual sea la decisión que este lunes comunique, incluso si sigue al frente del Gobierno, a esa crisis abierta con su sorprendente misiva seguirá otra, en una escalada de consecuencias imprevisibles. Como acertadamente señalaba el editorial que publicaron todos los medios de Prensa Ibérica, la actuación del presidente Sánchez, más allá de las razones que la muevan, es de una grave irresponsabilidad.

Pero no sólo eso. Lo que ha hecho Sánchez se enmarca de lleno en los usos y estrategias del peor populismo, aquel que desde dentro del sistema lo socava. Un presidente democrático medita primero sus decisiones, con la obligación de hacerlo de la forma más conveniente para los intereses del país que gobierna, y sólo luego las comunica formalmente. No deja a ese país al que sirve en la incertidumbre. No invoca a los ciudadanos a través de Twitter, X o como quiera que se llame el negocio privado de Elon Musk. No convoca manifestaciones de adhesión callejera. No reúne al máximo órgano de dirección de su partido para que preste juramento mientras él ni siquiera va y apunta las intervenciones desde La Moncloa. Se ha destacado que esta ha sido la primera vez en la ya más que centenaria historia del PSOE en la que su comité federal no se ha reunido para debatir de política, sino para hablar de una persona. Esa persona es su secretario general y también es la primera vez que un secretario general no acude al cónclave.

No tengo ningún elemento para juzgar en ningún sentido a la esposa del presidente y abomino, tanto de las campañas ad hominem que buscan destruir al adversario, a veces por la vía de atacar su entorno más próximo, como de las insidias con las que a diario nutren a la bestia medios de comunicación que en ningún caso son merecedores de tal nombre. Pero tampoco puedo admitir el terreno de juego en el que el presidente Sánchez pretende encerrarnos. A la ultraderecha no se la combate con sus mismas armas, de la misma manera que al terrorismo etarra no lo derrotó el GAL. Es el reforzamiento de los usos y el funcionamiento de la democracia lo que lleva a los demócratas a imponerse sobre los radicales. Los presidentes de Gobierno siempre han sufrido campañas extremas. La revista “Tiempo” publicó que Felipe González estaba en tratamiento psiquiátrico. Y si hay una mujer en este país que ha soportado los ataques personales más sucios (por cierto, desde medios digitales próximos al mismo independentismo con el que Sánchez pacta), esa es la Reina Letizia. Pero ni a Felipe González se le ocurrió apelar a los ciudadanos para que le sostuvieran en el puesto ni a Felipe VI le hemos visto anunciar que se cogía unos días para pensar si abdicaba.

Pedro Sánchez es presidente del Gobierno porque gozamos de un régimen parlamentario en el que el candidato que reúne el apoyo de más diputados se impone legítimamente al rival, aunque éste haya obtenido más votos populares. Es un régimen representativo, donde la soberanía, que corresponde al pueblo, se ejerce a través de sus parlamentarios. Lo alarmante de todo esto es comprobar que Sánchez ha hecho lo mismo que habría hecho cualquier autócrata. Que ha hecho lo mismo (dirigirse directamente al pueblo en interés propio y a través de las redes sociales) que le reprochamos a Donald Trump o a Boris Johnson y que nos da miedo de ellos. No ha ido al Congreso. Ni siquiera ha reunido a la ejecutiva de su partido. Ha saltado directamente a la calle, poniendo de nuevo en un brete la estabilidad de un país cuyos ciudadanos tienen problemas que urge afrontar desde la seriedad, la serenidad y la responsabilidad. Por no hablar de la trampa que esconde el que un dirigente político de la envergadura de Pedro Sánchez pretenda presentarse como un ciudadano normal. Para nada lo es. El presidente del Gobierno, porque así lo hemos decidido entre todos los ciudadanos para que pueda desarrollar la labor que le compete, dispone de plataformas e instrumentos para defenderse (o defender a su mujer) que el resto de los contribuyentes no tenemos. No es un hombre desprotegido ante la furia de los extremistas. Le defiende el sistema y le defendemos los ciudadanos. Pero por las vías que tocan. Y no a él, sino a lo que representa.

¿Cómo se desanda ahora este camino? Sea cual sea la decisión que tome Sánchez, lo que ha hecho no es “poner pie en pared” frente a la ultraderecha, como han escrito muchos, sino que les ha abierto de par en par una puerta que a buen seguro traspasarán. En su ensayo de 2018 “Cómo mueren las democracias”, los profesores Levitsky y Ziblatt señalan que “todas las democracias de éxito dependen de reglas informales que, pese a no figurar en la Constitución ni en la legislación, son ampliamente conocidas y respetadas”. Esas “reglas no escritas pero de gran relevancia en política”, que Levitsky y Zibiatt definen como “los guardarraíles de la Democracia”, son códigos de conducta compartidos, “que no dependen simplemente del buen talante de los dirigentes políticos”. En medio de una situación de zozobra permanente, con el “caso Koldo”, los pinchazos a su teléfono y a los de algunos de sus ministros por servicios de inteligencia extranjeros, el debate de la amnistía, los chantajes de Puigdemont, la sucesión de elecciones y la pérdida de poder territorial y de peso político del PSOE bajo su mandato, Sánchez ha buscado directamente “al pueblo”, intentando un plebiscito que lo mismo le sirva para quedarse como para irse y luego volver. Ha hablado de amor, cuando como es consustancial a su trabajo lo que está haciendo es política. Y con ello ha roto otro puñado de esas reglas no escritas, de esos guardarraíles que protegen la Democracia. Cuando los políticos hacen eso, dicen Levitsky y Ziblatt, “tienen que prepararse para pagar un precio por ello”. Lo malo es que en este caso, la factura la abonamos a escote.

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