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De Los Amaya al Glam, medio siglo de locales de 'ambiente' en Córdoba

Si hubo una Córdoba de la movida, de bares donde convivieron todas las tribus de la efervescencia ochentera, también hubo una Córdoba que se sacudió la homofobia de su pasado franquista y se reivindicó con sus espacios propios

Ambiente nocturno en el Glam de la calle Alfaros.

Ambiente nocturno en el Glam de la calle Alfaros. / CÓRDOBA

Irina Marzo

Irina Marzo

Entre la Paquera (Córdoba 1939-1995) y la Culata (Almodóvar 1992) hay un abismo de medio siglo en una Córdoba que ha pasado del blanco y negro al arcoiris a través de una pasarela de luces y sombras. De la Ley de Vagos y Maleantes a las fiestas Lgtbiq+

50 años se pasan en un abrir y cerrar de pestañas, y a veces cambia el continente pero no el contenido. La Paquera, Sara Muñoz Caballero, forjó con sudor y lágrimas su propia leyenda de travesti bandera de la libertad en plena dictadura franquista en esta ciudad de provincias. La Culata, drag queen desde hace 10 años, se prepara para celebrar en su pueblo, Almodóvar, las primeras fiestas del Orgullo, donde será protagonista. Han pasado 50 años, en los que homosexuales, lesbianas, bisexuales y la diversidad que llegó después han evolucionado en todo, también en la forma de divertirse. 

La drag queen cordobesa conocida como La Culata.

La drag queen cordobesa conocida como La Culata. / CÓRDOBA

Años 70

Cuando Córdoba ensayaba la democracia, la Paquera actuaba junto a otras travestis imitando a las folclóricas de la época en Los Amaya, una sala de fiestas que estuvo un tiempo abierta en Cañero y que frecuentaban algunos homosexuales. Antonio Fernández, dueño del Glam (el único bar de ambiente abierto hoy por hoy en Córdoba y donde suele actuar la Culata) y uno de los empresarios de la noche con más solera de la capital cordobesa, recuerda aquellos primeros locales en los que había cierta permisibilidad con los gais. «Eran o bien salas con shows de copla, o bares que mezclaban público gay con el hampa directamente, como uno que hubo por la Magdalena que se llamaba Bar Bronx». Algo más tarde abrió el que los entrevistados para este reportaje apuntan a que, quizá, fue el primer bar 100% gay en Córdoba: Don Juan por la plaza de Emilio Luque. Entonces había muy pocos locales y todos tenían un denominador común: la discreción. 

Jenaro Casas, alma del Varsovia, el mítico bar de la movida cordobesa, rememora las dificultades que tenía el colectivo a final de los años 70, lógicamente también en el ocio: «Había mucha represión y mucha gente iba a los sitios solo para insultar, para llamarte maricón, que es lo primero que le sale decir a los homófobos». Jenaro, que dejó hace años la noche y ahora cuida un precioso patio cordobés, relata que entonces los únicos sitios donde podía haber «un poco de ligoteo» eran los tablaos flamencos o las bodegas, que abrían hasta las tantas. «También había que ir a parques como el de los Patos o la zona de la muralla por el Alcázar para conocer gente y hacer lo que ahora se llama cruising». Eso si eras hombre, porque las mujeres aún lo tenían peor.  

Varios trabajadores de un bar de ambiente de Córdoba.

Varios trabajadores de un bar de ambiente de Córdoba. / CÓRDOBA

A Carmen Sánchez, dueña de la Bohemia de Ciudad Jardín y del Bestiario en Sevilla, ya felizmente jubilada, unos cazadores armados la retuvieron, la insultaron y la persiguieron hasta que pudo esconderse en su casa por darle «un pico» a la chica que entonces era su novia. Eran los 70 y no es que la besara en mitad de la calle. «¡Ni se me hubiera ocurrido! No nos atrevíamos a nada; nos fuimos por allí donde está la Quirón ahora, que era un descampado, ya ves tú, a quién podíamos molestar». Lo peor es que ni siquiera pudo denunciar aquellos hechos porque estaba fichada por su participación en las luchas políticas y feministas de la transición. «Fue horrible», reconoce. Se entiende, claro, que cuando con la democracia empezaron a abrir los primeros bares de ambiente, el colectivo acudiera con entusiasmo a estos espacios, que sentían como extensiones de sus propias casas. «Aquellos bares eran nuestro punto de escape, ¿dónde ibas a ir? Pues allí donde eras libres, donde nadie se fijaba si estabas con un chico o una chica», explica.

La eclosión de los 80

En Córdoba, en los primeros años de la democracia, los garitos de moda estaban muy mezclados. Son tiempos del Varsovia y de Portón 4, famoso por sus míticas fiestas de disfraces, o del K5 en la carretera del Aeropuerto. «Cuando muere Franco, después de tanta contención, explota la movida y nacen mil tribus. En Córdoba todas estaban muy bien avenidas, todas las que estaban bajo el palio de la modernidad, claro, los pijos estaban aparte», dice la que también fue dJ de Sin embargo, en San Hipólito, y dueña del B18, Esther Casado. «Nos escapábamos a Madrid, a lo que empezaba a ser Chueca, y veníamos contagiados de todo aquello, aunque no le diéramos importancia a ver a Tino Casal en la misma discoteca», recuerda Antonio que entonces estudiaba Filosofía y Letras. 

Después de la eclosión ochentera, llegaron los años 90, la década por excelencia de los bares de ambiente, donde iban también heteros «porque se lo pasaban mejor», y de los primeros pubs exclusivos para lesbianas. Entre ellos Mermelada, en Ciudad Jardín, que montó Carmen Yuste y fue primero una cafetería (de ahí el nombre), y al que había que llamar a un timbre para entrar y te dejaban o no hacerlo tras analizarte por la mirilla. O más tarde la discoteca A85, en el polígono Pedroche, también para mujeres. «Eran sitios divertidos, especialmente para mujeres, pero donde se dejaba entrar a todo el mundo», comenta Lola Corpas que también recuerda de aquel tiempo Menta, Tierra, Hollywood, Cúpula o El Monaguillo, que cumple 20 años y que precisamente este sábado celebra su aniversario en Glam con una fiesta en la que precisamente se estrenará el tráiler de la película que Miguel Ángel y Fátima Entrenas están haciendo sobre la Paquera. 

Jesús Palomares, con gente del Monaguillo, que hoy celebra su 20 aniversario.

Jesús Palomares, con gente del Monaguillo, que hoy celebra su 20 aniversario. / CÓRDOBA

Los 90 y los 2000

Además de aquellos bares, entre finales de los 90 y los 2000 hubo muchos más como Velvet o Garaje donde se acudía por la música y la fiesta indistintamente de las opciones sexuales de cada cual. «Recuerdo el Surfer Rosa o el Go de verano, sitios muy, muy divertidos, donde más de uno entró hetero y salió gay», bromea (o no) Antonio Fernández. 

Aniversario del Monaguillo

Jesús Palomares, encargado de El Monaguillo hasta su cierre y creador de los premios LGTBI Andalucía, observa las diferencias que hay entre los bares gais de los 2000 y la actualidad, y atribuye el descenso, por un lado, a la caída del número de pubs y discotecas en general en la ciudad, y por otro, a la aparición de las redes sociales y de las aplicaciones tipo Scruff, Tinder o Wapa, que han revolucionado la forma de relacionarse también en este colectivo.  

Antonio Fernández, dueño del Glam, con unos amigos en los 90.

Antonio Fernández, dueño del Glam, con unos amigos en los 90. / CÓRDOBA

Para Antonio, sencillamente,«se ha perdido la magia de la noche, aquello de ponerse guapo y salir a ver qué pasaba». «En Córdoba se ha pasado de la efervescencia de que en cada temporada abrieran dos o tres sitios nuevos, a esto, donde solo hay un bar de ambiente; ahora la gente prefiere salir a cenar, por eso algunos se están poniendo tan gordos, es la restauración la que está ganando; antes se cenaba en casa y se salía de fiesta», resume. 

Con todo, la mayoría ve una evolución positiva en el ambiente, e interpreta como un signo de conquista de libertades ese descenso cuantitativo en la oferta lúdica Lgtbi:«Hemos pasado de lo clandestino al gueto y de ahí, al abierto a todos; para mí es la evolución lógica, la apertura, la tolerancia», asegura Antonio, mientras que Lola Corpas añade: «El gueto desapareció afortunadamente, aunque había quien no se sentía bien si no era ahí». Para la Culata, el más joven de este reportaje, lo que está pasando hoy es que el mundo Lgtbi de Córdoba prefiere tirar para Madrid, Sevilla o Málaga, donde «hay más diversidad y más espectáculos», pero entiende que es una pena porque aquí «hay mucho potencial». «Me siento orgullosa de haberlo vivido, aunque en los peores momentos he pensado: ¿esto no va a terminar nunca lo qué? Con la aprobación del matrimonio homosexual se produjo un gran cambio; somos libres, no tenemos que ocultarnos y eso tiene un reflejo en todo lo demás», defiende Carmen Sánchez, que concluye advirtiendo a los más jóvenes, eso sí, que el camino de la libertad es frágil y reversible

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