EL CALLEJERO

Histórica y noble

Conocida por acoger el Museo Arqueológico, esta plaza es mucho más que otro rincón coqueto de la ciudad

Plaza de Jerónimo Páez

Plaza de Jerónimo Páez / Víctor Castro

La plaza de Jerónimo Páez, con su trazado irregular y sus tres alturas, se abre como un rincón de tranquilidad a la sombra de la arboleda —árboles del paraíso, casuarinas de gran porte y naranjos— que casi nos impide ver la fachada del Museo Arqueológico de Córdoba, que es la edificación más conocida de este espacio singular de la ciudad, al que se puede acceder desde la Cuesta Pero Mato o por las calles Marqués del Villar, Antonio del Castillo, Julio Romero de Torres u Horno del Cristo.

Bien es conocido que la plaza recibe el nombre del palacio de los Páez de Castillejo, que adquirieron el edificio en 1496. El palacio, que desde 1965 alberga parte del citado museo, fue levantado en el solar de unas casas pertenecientes al alfaquí Ybrahim Ben Naçer, cuya propiedad fue otorgada por Fernando III tras la conquista de la ciudad en 1236 a Martín de la Cerca. A través de herencias y ventas entre familias nobles, estas casas —conformadas como un primer palacio con elementos mudéjares y del gótico— pasarían a finales del siglo XIV a la familia Páez de Castillejo.

Del palacio destaca su fachada, realizada por Hernán Ruiz II y el cantero Sebastián de Peñaredonda en 1540, aunque la decoración escultórica, restaurada en 2021, no se concluiría hasta 1545. El edificio ha tenido diferentes usos a lo largo del tiempo. Entre los más recientes, ha sido centro educativo a finales del siglo XIX, conocido como la Academia Politécnica y tras la Guerra Civil, fue depósito de enseres de la Compañía Telefónica.

Tres espacios

Como recoge el Catálogo de Bienes Protegidos del Conjunto Histórico de Córdoba, «se pueden considerar tres partes fundamentales: la plaza, la plazuela de entrada a la casa Nahmías y la bocacalle de Julio Romero de Torres».

En la plaza estuvo un día el Teatro Romano y en ella se alzan tres palacios

Los numerosos elementos arqueológicos distribuidos aleatoriamente por la plaza ya dan idea de que en ella se ubica uno de los museos más destacados de la ciudad, en cuyos cimientos fue encontrado en 1994 el Teatro Romano de la Colonia Patricia Corduba, posiblemente anterior al año 5 a.C y uno de los más grandes después del de Roma —con capacidad para 15.000 espectadores— y que estuvo en funcionamiento hasta el tercer cuarto del siglo III d.C., en que fue dañado por un terremoto.

Bajando por la Cuesta de Pero Mato, a la derecha, frente al Museo, encontramos la fachada trasera de la casa Nahmías o La casa del judío, que recibe su nombre por su último propietario, Elie J. Nahmias, un empresario francés de origen sefardí, enamorado de la ciudad, que la adquirió y restauró. En realidad, la casa es el resultado de la fusión de la casa solariega de Medinaceli con las Casas Altas, como se las conocía en el siglo XIII y que Fernando III donó a Domingo Muñoz El Adalid tras la reconquista, como así consta en la carta de donación fechada en 1237. Las casas están unidas por hermosos patios y destaca en el lado que da a la plaza de Jerónimo Páez la torre cubierta de celosías.

Otra de las construcciones destacadas de la plaza es el Palacete de los Burgos que, según la inscripción de las columnas de la verja de entrada, data de 1890. El edificio está construido en forma de U con patio de entrada cerrado por una valla con verja enfrentado a la fachada y en los laterales dos cuerpos con ventana y balcón. El zócalo, columnas, cornisa y pilastras imitan la piedra. El cuerpo de la fachada es de ladrillo visto con dibujos alternando el amarillo y el rojo, lo que le confiere su peculiar y reconocible aspecto.

Además, encontramos otras viviendas entre las que sobresale, en sus dos acepciones, la casa que linda con la calle Antonio del Castillo y la propia plaza, que acoge el único establecimiento de restauración de la misma, cuyos veladores disfrutan de la sombra de la arboleda y del repiqueteo de la fuente ubicada en el centro del espacio.