El público se quedó ayer de pie, aplaudiendo, porque por encima incluso del juego, valora el esfuerzo. Eso mismo es lo que premia Berges, un entrenador muy sensato, al que nada ni nadie le imponen. Por eso mismo no le tiembla la mano para sentar a Fernández, cuya proyección el club espera que deje en el futuro una buena cantidad, ni a Abel, el fichaje estrella del verano. Berges, un tipo comprometido con la entidad, que siente el blanco y el verde, tiene ante sí un reto mayúsculo: hacer olvidar un pasado brillante. Si logra comprometer al grupo tanto como ayer lo estuvieron algunos jugadores, tendrá mucho ganado.

Ha tenido la mala suerte de encontrarse el peor de los escenarios, con unas exigencias terribles y ese pasado excelso. Ayer logró que el graderío por fin se enchufara. Conforme la losa que se cierne sobre este Córdoba vaya desapareciendo, el equipo irá creciendo. Desde el propio club tendrán que actuar con inteligencia para no añadir más presión sin perder, por supuesto, la ambición --esa difícil mezcla--.

Ayer nadie se acordó de López Silva. Fede Vico tampoco está gozando de muchos minutos. Eran los dos jugadores que mejores sensaciones despertaban en pretemporada. Otros parecen querer coger el timón. Ese es el camino. Si no hay uno, que esté otro. Pero que estén todos. Es la única manera porque a poco que haya una mínima grieta, en el momento que el barco zozobre, correrá el riesgo de hundirse.

Quizá Berges no transmita la misma pasión que Jémez, pero ayer la llevó al graderío. Diferente, pero pasión. Y eso es lo que cuenta.