Los directivos de Sangre Blanquiverde comían junto a uno de los templos mundiales del fútbol, el Camp Nou. Entre banderas azulgranas, entre bombos con cánticos clásicos de los culés, en territorio comanche. Aunque esta vez más bien era la gran patria india. Por la calle Riera Blanca bajaban aficionados culés a las dos de la tarde y ellos, ajenos a todo, seguían ilusionados con lo que se iba a vivir a partir de las seis en el Mini Estadi. Ajenos, incluso, al vuelo del Pato con destino a Tailandia, al Buriram de la Premier tailandesa, con el que negociaba desde febrero. En concreto, poco después de firmar por el Xerez.

INGRESO PARA EL CORDOBA Sí, porque el hispano-filipino no llegó cedido al Xerez, sino que firmó hasta el 30 de junio un contrato que le ligaba con todos los derechos. Por su parte, el Córdoba, antes de irse a tierras jerezanas, le firmó otro contrato con validez desde el 1 de julio y por dos temporadas. Patiño quería irse, pero el Xerez no tragaba a pesar de no pagarle desde que llegó, el pasado 1 de febrero y de comunicarle que difícilmente podría hacerlo. Así, el delantero llevaba negociando semanas para que el Xerez le dejara marcharse, llegando incluso a ofrecerle 30.000 dólares por su libertad. El partido de la pasada jornada, en el que los azulinos jugaban en Murcia debía ser el punto de inflexión, pero el consejo de administración gaditano, tras dar en un primer momento su palabra, se echó atrás. Y esta semana siguieron negociando. No se sabe si Patiño ofreció más dinero o si, simplemente, el Xerez dejó ir al punta por esos 30.000 dólares. El hecho es que después de intensificarse las negociaciones por la mañana, sobre las 15.00 horas Patiño lograba desligarse del Xerez. Quedaba el Córdoba. Y el Buriram había ofrecido una cantidad que ronda los 100.000 euros para que los blanquiverdes rompieran el contrato que ligaba al hispano-filipino a la entidad blanquiverde a partir del 1 de julio. El Córdoba dio el sí y Patiño comenzaba a preparar el petate para volar hasta Bangkok. No hubiera arreglado lo ocurrido sobre el Mini Estadi, en el que Sangre Blanquiverde sonaba por encima de los 6.000 culés que esperaban al partido grande de después: el Barça-Dépor. En la tribuna, Mazinho veía las evoluciones de uno de sus hijos, Rafinha. Luego, se le veía cruzar la Travesera de Les Corts para ver al otro, Thiago.