Opinión | Café filosófico

Escuela y polarización

Para muchos jóvenes, la escuela es hoy el único referente social y cultural estable

Todo el mundo reconoce que el grado de polarización y disgregación social actual es insoportable. A la habitual inquina entre izquierda y derecha, y la más feroz entre las propias izquierdas o derechas, se unen (entre otros) la aversión entre nacionalistas, entre urbanitas y gente del agro, entre feministas verdaderas y traidoras, entre ecologistas y negacionistas, o - la última - entre adultos presuntamente sensatos y jóvenes (casi todos varones) votantes de opciones provocadoramente ultras y retrógradas. Todo (menos - curiosamente - la lucha entre poseedores y desposeídos) parece estar en guerra.

Este sistema de castas y odios entrecruzados es alimentado además por una estructura igualmente incomunicada de medios de comunicación que solo tienen en común el odio feroz al «enemigo». Esto explica el ascenso masivo de un candidato político (Alvise Pérez) del que muchos no sabían nada. Lógico. Vivimos en burbujas informativas (o desinformativas). Y en burbujas de burbujas, como la de los medios tradicionales (la tele, la radio, los periódicos) y los nuevos medios (las redes sociales y sitios web), ignoradas respectivamente por la otra mitad de la población.

La situación es implosiva y solo la salva de momento una situación económica relativamente estable. Mientras tanto, la confusa tentación de acudir a líderes salvadores que nos saquen del marasmo y generen cierta apariencia de consenso (aunque no sea otra cosa que gregarismo) es más alta cada día. Si ha pasado en Italia o Argentina, y parece a punto de pasar en Francia y en buena parte de Europa, ¿por qué no íbamos a merecer un Abascal o un Alvise Pérez en España?

La democracia es pluralidad y conflicto, es cierto; pero no disgregación y polarización absoluta. La pluralidad es democrática cuando se representa en un lenguaje y un escenario común, que es donde tiene lugar el diálogo entre distintas opciones y la ceremonia de la conformidad con la que es temporalmente elegida. Si ese escenario (que es institucional, mediático y tiene su reflejo en el debate público) se rompe, el juego democrático se acaba.

Y reparar esa quiebra del espacio público no es fácil. Entre otras cosas porque la disgregación y la polarización interesa a muchos: enriquece a las empresas que han privatizado ese mismo espacio público; mata a la política y favorece el avance de un mercado sin reglas; abre oportunidades infinitas a estafadores y déspotas; y proporciona generoso «opio del pueblo» a una ciudadanía que se siente aburrida e irrelevante.

Solo sobrevive un espacio público desde donde intentar reconstruir lentamente un tejido social resistente a la disgregación, el odio y la tentación totalitaria. Ese lugar es la escuela (pública, claro: una escuela igual de disgregada que la sociedad no serviría de nada). Para muchos jóvenes, la escuela es hoy el único referente social y cultural estable desde el que afrontar un mundo cada vez más líquido y del que no se salva ni la propia familia. Hay que agarrarse a ello y convertir las escuelas en un último reducto democrático, educando con fe y firmeza en el uso de aquellas competencias que puedan librarnos de la ceguera fanática y de la incapacidad para pensar y dialogar con los demás.

*Profesor de Filosofía

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