Opinión | Hoy

Chinos y cochinos

Me encuentro con otro divertimento en mis observaciones. Si hay muchos chinos, hay muchos más cochinos. Un perro y su dueño. Forman una simbiosis perfecta. Son esos misterios que la naturaleza nos ofrece, y que no tienen explicación científica. El dueño, un hombre alto, fornido, con corpulencia neardentaloide, por más que los antropólogos digan que esa especie homínida desapareció. El can, un mequetrefe que no sube un palmo del suelo, feo como la madre que lo dio a luz, difuso en una maraña de pelos por donde le desaparecen los ojos, la nariz y hasta los dos rabos. Pues ahí van tantas mañanas, cada uno con su aire de no haber roto un plato, formando su pareja kafkiana. Entonces el dueño se detiene, se hace el longuis mirando a no sé qué cielo, y el perrito, con pasitos de muñeco, se adelanta, se da la vuelta a la esquina, adopta la posición de excretar, suelta la sombra de sus tripas, se hace la manicura y la pedicura rascando el suelo, dobla la esquina y vuelve a su dueño. ¡Esto sí que distingue de la inteligencia artificial! No me digáis que no es una simbiosis perfecta de estos dos atapuercos. Al perrito surrealista nadie le puede decir nada, porque se encogería de patas aduciendo que estudió en la Logse y no entiende el español. Y si se le llamara la atención al dueño atapuerco, se encogería de sus hombros trogloditas y exclamaría como el del chiste: «¿El perro es mío?». Y ambos siguen tan felices por lo bien que resuelven el problema de cochinear Córdoba. Luego, para rematar la faena, pasará levantando y esparciendo porquería ese negro tubo con el que Sadeco nos intenta convencer de que limpia la ciudad. ¡Y los chinos poniéndoles pegas burocráticas a nuestros cochinos!

*Escritor

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