Opinión | Tormenta de verano

Servicio, compromiso y deber

Nuestra Jefatura del Estado ofrece una estabilidad de la que carecen desgraciadamente muchas otras instituciones

Cuando hace diez años las Cortes Generales proclamaron el nombramiento de Felipe VI como Jefe del Estado, lo hicieron en representación de la soberanía nacional, que legitima todas las instituciones de nuestro país, y cumpliendo el mandato democrático del pueblo recogido en una Constitución por la que se instauró la monarquía parlamentaria. Eran momentos complicados de crisis económica, de deterioro de la institución monárquica, que fueron seguidos con el órdago de la sedición independentista en Cataluña tres años después.

Esta semana Felipe VI, al que pude tratar personalmente hace años, representando hoy una de las instituciones mejor valoradas junto a las Fuerzas Armadas, ha vuelto a llamar la atención y marcar la hoja de ruta de una sociedad que se despista en embrollos ocasionales y en intereses particulares. «Ceñirse a la Constitución y sus valores» en el cumplimiento de las responsabilidades, como faro y guía cotidiano, juramento que compromete frente a los perjurios de tantos responsables públicos. «Ser coherente y ser fiel a nuestros principios y valores» refleja una actitud exigente y necesaria en estos tiempos líquidos, en los que la moda es ir cambiando de opinión y de principios sin rubor según interese a la coyuntura ocasional del momento, anteponiendo lo personal al interés general.

«Servicio, compromiso y deber» como bandera y divisa, como principios de acción que guían la labor de la Corona. No habla de puertas afuera el Jefe del Estado, sino tras renunciar a la herencia paterna, retirar la asignación del monarca emérito y el ducado de su hermana, y realizar un ejercicio de transparencia y ejemplaridad de la institución. Y aprovecha este aniversario para poner en el centro a los ciudadanos a quienes se debe, otorgando la distinción al Mérito Civil a 19 personalidades que muestran la pluralidad y riqueza de nuestro país y que promueven las mejores virtudes cívicas. Sin duda, puede haber buenas repúblicas y malas monarquías, la clave está en su legitimidad democrática y en las personas que las encarnan. Y nuestra Jefatura del Estado reúne los dos requisitos, ofreciendo una estabilidad de la que carecen desgraciadamente muchas otras instituciones. Diez años no es nada parafraseando la letra del tango, o sí pueden dar para mucho. V.E.R.D.E.

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