Opinión | Foro Romano

Paraíso sin nacionalidad

Al fondo se levanta la Mezquita ante nuestros ojos para dejar escrito que estamos en una ciudad que empezó siendo romana, continuó como árabe y luego sobrevivió a la historia

Acto de los Cordobeses del Año en el Patio de los Naranjos de la Mezquita de Córdoba.

Acto de los Cordobeses del Año en el Patio de los Naranjos de la Mezquita de Córdoba. / Manuel Murillo

Por la Ribera, por donde antes pasaba la carretera de Madrid camino de los mares, se localizaban los paseos de La Paquera, paraban los camioneros y el río no era una belleza sino una sombra que ocultaba actos prohibidos (¿por quién?); por ese sitio de la Ribera donde los gatos banduendos toman el sol de la tarde en la noria del molino de la Albolafia –cuyos cangilones mandó parar una noche la reina Isabel la Católica porque no la dejaban dormir en el cercano Alcázar--, por ese espacio olvidado por la oficialidad y tomado por los coches que el senador Martínez Bjorkman señalaba constantemente como una enseña olvidada de Córdoba, el Ayuntamiento ha decidido poner fin a su abandono y arreglarlo.

Paseaba la otra tarde por esa zona con mi amigo Antonio Pérez Fuentes, con el que me pasé madrugadas de estudios mañaneros antes de examinarnos de reválida en aquellas imponentes y estéticas clases de la Veterinaria cuando todavía no era el Rectorado de la Universidad, vivimos veranos de estudiantes emigrantes en Alemania, donde nos llevó el ahora canónigo Alfredo Montes García después de enseñarnos algo de alemán y coincidíamos por la calle Cara, cerca de los baños árabes, antes de llegar a la Cruz del Rastro, por donde estaba la pensión donde estudiaba Medicina. Nuestro paseo por la Ribera nos devolvió a la vida pero subrayó que el río mantiene todavía su misterio de ocultación, como cuando lo reivindicaba el senador Martínez Bjorkman: es casi imposible ver sus aguas por la vegetación que lo oculta, que en distintos tramos guarda suciedad arrojada, y tiene apariencia de no ser el río de una ciudad con cuatro patrimonios de la humanidad, es imposible y desagradable caminar por los suelos de esas riberas, porque no se puede.

Debe tener pocos carteles de identificación porque tres mujeres turistas nos preguntaron que cómo se llamaba este río. Les dije que en un principio se llamaba Betis y ahora Guadalquivir, a lo que las turistas respondieron “ah, como el equipo de fútbol” y les dije que no, que Betis se debía a su nombre de origen romano, que pasaría a Guadalquivir al convertirse en árabe en el siglo XI. Lo que ha dejado muy claro y de manera lujosa estos días el profesor Desiderio Vaquerizo en su libro Córdoba romana: la ciudad oculta, que presentó el pasado jueves en el Círculo de la Amistad, otro espacio singular en el que la ciudad muestra con estilo sus vertientes romana y árabe, una mezcla que nos define. 

Caminamos por el Puente Romano, el comienzo de nuestra historia después de que nos bajáramos del Parque Cruz Conde, donde todavía éramos tartessos o turdetanos, y al fondo se levanta la Mezquita ante nuestros ojos para dejar escrito que estamos en una ciudad que empezó siendo romana, continuó como árabe y luego sobrevivió a la historia con el hambre, las guerras y las religiones pero que conservó una belleza tan especial que se convirtió en paraíso. Quizá por eso este periódico, que conoce la ciudad de sobra, ha decidido entregar sus 39 premios Cordobeses del Año en una zona de ese paraíso, en el Patio de los Naranjos de la Mezquita, por donde el silencio y la belleza elevan cipreses y azahares hasta los cielos de un espacio donde habitan los dioses. Rosa Gallardo, exdirectora de Etsiam; el Colegio Británico: Miguel Ángel Roldán, impulsor de la organización Saca la lengua a la ELA; la Policía Nacional; la diseñadora Juana Martín; el Club Balonmano Puente Genil; Calderería Manzano y Grupo Barea recibieron la otra tarde sus premios como cordobeses del año en ese patio que corona una torre cristiana cuyas campanas subrayan que el paraíso no tiene nacionalidad, que es tartesso, turdetano, romano, árabe, judío y cristiano, como Córdoba que, además, es patrimonio de la humanidad. El patio San Eulogio del Palacio Episcopal, donde se ofreció la cena de gala, fue el resumen físico de todo el paraíso de Córdoba donde ha habitado desde siempre el poder de los césares, los califas y los papas.  

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