Opinión | Para ti, para mí

«Señor, sálvanos»

Ante la tormenta cabe quedarse en la orilla de la seguridad, o arriesgarse a ir en la barca; remar para salir adelante o dejarse atenazar por el pánico

La escena evangélica que hoy, domingo, se proclama en la liturgia de la Palabra en nuestras eucaristías, no puede ser más patética: La barca en la que los discípulos de Jesús atraviesan el lago es asaltada por el viento y las olas y ellos temen hundirse. Jesús está con ellos en la barca. Sin embargo, se queda en la popa durmiendo sobre un cabezal. Los discípulos, llenos de miedo, le gritan: «Señor, sálvanos». La escena se repite en nuestros días. Muchas veces tambien nosotros, asaltados por las pruebas de la vida, desde la orilla de la fe, hemos gritado al Señor: «¿Por qué te quedas en silencio y no haces nada por mí?». Sobre todo, cuando parece que nos hundimos, porque el amor o el proyecto en el que habíamos puesto grandes esperanzas, se desvanece. O cuando estamos a merced de las persistentes olas de la ansiedad, o cuando nos sentimos sumergidos por los problemas o perdidos en medio del mar de la vida, sin ruta y sin puerto. O incluso, en los momentos en los que desaparece la fuerza para ir adelante, porque falta el trabajo o un diagnóstico inesperado nos hace temer por nuestra salud o la de un ser querido. Son muchos los momentos en los que nos sentimos en tempestad, nos sentimos casi acabados. El papa Francisco describe estas situaciones que nos asaltan con fuerza y nos sentimos ahogados por el miedo, y al igual que aquellos discípulos, corremos el riesgo de perder de vista lo más importante: «En la barca, de hecho, incluso si duerme, Jesús está, y comparte con los suyos todo lo que está sucediendo», nos dice el Papa. «El Señor está ahí, presente, y de hecho espera, por así decirlo, que seamos nosotros los que le impliquemos, le invoquemos, le pongamos en el centro de lo que vivimos. Su sueño nos provoca el despertarnos. Porque, para ser discípulos de Jesús, no basta con creer que Dios está, que existe, sino que es necesario involucrarse con Él, es necesario tambien alzar la voz con Él. Es necesario «gritarle a Él». La oración, muchas veces, es un grito: «¡Señor, sálvame!». Jesús, implorado por sus discípulos, calma el viento y las olas. Y les plantea una pregunta, una pregunta que nos concierne tambien a nosotros: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?». Los discípulos se habían dejado llevar por el miedo, porque se habían quedado mirando las olas más que mirar a Jesús. El miedo nos lleva a mirar las dificultades, los problemas difíciles que se nos presentan y no mirar al Señor, que muchas veces duerme. Tambien para nosotros es así: ¡Cuántas veces nos quedamos mirando los problemas en vez de ir al Señor y dejarle a Él nuestras preocupaciones! La frase del papa Francisco es impactante a más no poder: «¡Cuantas veces dejamos al Señor en un rincón, en el fondo de la barca de la vida, para despertarlo solo en el momento de la necesidad!».

Hay tormentas en la sociedad, en la vida de los matrimonios, en las familias, entre amigos, en la Iglesia. Ante la tormenta caben posturas diferentes: quedarse en la orilla de la seguridad, o arriesgarse a ir en la barca; remar para salir adelante o dejarse atenazar por el pánico; encerrarse en el frío de la noche o confiar en la dirección que da Jesús, aunque parece estar ausente. Jesús actúa tambien cuando parece «dormir». Dios está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia. El poeta Jaime Siles plasmó este bello mensaje, en uno de sus versos más hermosos: «Porque el hombre es el sueño de una claridad» 

Suscríbete para seguir leyendo