Opinión | No me digas...

Mariconería, sectas y Belorado

Lo de Belorado, en realidad, es una secta sin glamour

El cristianismo es una secta de la religión judaica, pero que triunfó. Costó sangre, sudor y lágrimas, nadie da duros a pesetas, pero al final salió bien la cosa. Salió tan bien que los mercaderes volvieron a hacerse cargo de los templos y, desde entonces, siguen con sus pingües beneficios temporales.

Si Jesucristo volviera, seguramente lo haría con el látigo de siete colas, y echaría raudo, quizás, al Papa y a toda la jerarquía. Pasa en la iglesia católica y, seguramente, en otras muchas iglesias y sectas cristianas, musulmanas, y de por ahí: que el fundador se llevaría las manos a la cabeza ante lo que han hecho sus sucesores a través de los siglos con sus prédicas. Es como cuando Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, José Luis Corcuera y otros históricos socialistas hablan de sus descendientes como Pedro Sánchez y los meseros de la tabla redonda actuales, que los azotarían hasta sangrar si pudieran, como Pablito Iglesias de Galapagar dijo que le gustaría hacerle a una periodista que no recuerdo. Angelito.

No fueron Felipe ni los otros señalados los fundadores del negocio, sino Pablo Iglesias el auténtico, pero ya me entienden. Y es que toda secta que se precie debe acabar prohijando más sectas, tal como las células se multiplican por mitosis, si no recuerdo mal, si quieren que los fieles hagan lo del vea, compare y, si encuentra algo mejor, cómprelo. Como en el anuncio del detergente Colón.

El comunismo también es una secta del socialismo, una escisión histórica. Y, para ser sinceros, Hitler y Mussolini también fueron, a su modo, excrecencias del socialismo aderezadas con otras malvadas cositas que trajeron de cabeza al mundo durante una buena temporada. Bueno, también como el comunismo, sin ir más lejos. Y, ahora, llegan las monjitas de Belorado, otra secta que se escinde de la secta madre.

Lo de Belorado, en realidad, es una secta sin glamour, para qué vamos a engañarnos. Glamour, lo que se dice glamour, lo tenían los albigeses, los illuminati, y hasta los rosacruces y los de la Santa Faz del papa Clemente. Unían misterio, secretismo, valentía, en algunos de esos casos, frente a la hipocresía oficial y jerárquica, etc., pero lo de Belorado va por otros derroteros. Resumiendo mucho, pues no merece la pena extenderse, una abadesa quería perpetuarse en el poder, pero le hacían falta no siete votos sino cambiar los estatutos, eso unido a la venta fraudulenta, dudosa o inviable de un monasterio, un par de espabilados rondando, y poco más. Claro que, frente a la catadura del papa homófobo y peronista tampoco se necesita mucho para liarla. Sólo faltaría que, como en el Vaticano, en Belorado alguien hablara de mariconería.

*Escritor

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