Opinión | Tormenta de verano

Paseo Antonio Gala

Espacio preeminente en la historia de la ciudad, donde concurre y fluye la vida

Acertaron los capitulares con el busto del novelista y poeta, dramaturgo y ensayista junto al templete del bulevar del Gran Capitán, que será ya para la eternidad de Antonio Gala. Un tributo de homenaje al genio inclasificable que llevó siempre a Córdoba por bandera: «Ser de Córdoba es una de las pocas cosas importantes que se puede ser en este mundo». Andamos en la dialéctica sobre cómo honrar la memoria de nuestro hijo ilustre: unos pedían que se le hubiera dado el nombre de la recién estrenada biblioteca pública a quien fue hombre de letras, que finalmente se atribuyó al Grupo Cántico. Otros piden que se le asigne el sobrenombre de la estación de trenes, como por ejemplo ocurre con María Zambrano en la capital malagueña. Hay quienes proponen que lleve la denominación de ese aeropuerto local que empieza a despegar y darle así una mayor proyección como acontece en tantos otros. Y también los que postulan que el nombre del autor teatral de Los verdes campos del Edén sea el más idóneo para el edificio del Gran Teatro. Propuestas bienintencionadas y con su lógico razonamiento.

Estoy de acuerdo en nominar a esos edificios públicos sin alma con personalidades de nuestro legado. Pero siguiendo la biografía del autor de El manuscrito carmesí, leyendo sus poemas y escuchando sus múltiples entrevistas, me cabe la duda de que el nombre de un edificio sea la opción más adecuada al perfil del personaje. Yo propondría que el lugar que ya preside con su efigie lleve su nombre y sea el Paseo Antonio Gala, tal vez con dos cartelas de poemas. Como en ningún otro, acaso en ese espacio preeminente lleno de historia, a la sombra de su arboleda concurre y fluye la vida donde Antonio, sensible y existencial, valiente y auténtico, ya escucha y contempla la ternura y el juego de los niños, las confidencias de los enamorados, los silencios y denuncias de los colectivos que ejercen la crítica social, el trasiego de una ciudad que late, pórtico obligado de artistas, lugar de soledades compartidas y de miles de historias que superan toda ficción. Conservo con cariño la entrañable dedicatoria de Antonio en unos de sus libros «En propia mano y en propio corazón», a la que uno mi tributo de admiración y respeto. «Ya nunca más diré todo termina/si no sonríe, alma, comencemos».

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