Opinión | El triángulo
Casi nada es normal
No es normal que la ideología guíe las decisiones judiciales ni que los magistrados presuman de hacer caer a un gobierno. No es normal que los partidos políticos cuestionen sentencias según quién las dicte. No es normal que entre todos hagan tambalear uno de los pilares básicos de la democracia y provoquen la sensación generalizada de que el sistema está totalmente corrompido y no existe una justicia neutral. Pocas cosas hay tan peligrosas como sembrar la semilla de la desconfianza institucional en la ciudadanía.
No es normal que un líder político denuncie el acoso a su familia y se absuelva a quien durante meses ha estado asediando a todo aquel que entraba en su casa, incluidos niños. Tampoco lo es que un cargo público critique a la mujer de otro por supuestamente favorecer la adjudicación de un contrato cuando su propia pareja ha reconocido haber cometido un delito fiscal. Resulta absolutamente incomprensible que alguien se presente a unas elecciones con el único fin de adquirir la cualidad de aforado para protegerse judicialmente ante denuncias de terceros y sacar a la luz audios comprometedores. Todavía es más triste que 800.000 personas le apoyen en esta demagógica cruzada.
No es normal que un partido destine todos sus esfuerzos a eliminar el término violencia de género y sustituirlo por el de intrafamiliar cuando tantas mujeres siguen siendo asesinadas por sus parejas o exparejas por el simple hecho de ser mujeres. Aún duele más que tantas personas asuman ese argumento como propio. Llegar a las instituciones prometiendo poner fin a los chiringuitos y acabar construyendo palacios repletos de asesores sin ocupación concreta es compatible con seguir predicando coherencia. Parecía imposible, pero hay quien lo logra.
No es normal que los discursos populistas y de odio arraiguen en sociedades, países y continentes distintos. Es aberrante que en poco tiempo pasemos de conmovernos con la llegada de migrantes que se juegan la vida por conseguir un futuro mejor a insensibilizarnos al dolor y promover su deportación. Es desolador que todo un pueblo esté siendo aniquilado y sigamos debatiendo si se trata o no de un genocidio.
No es normal que valores universales como la solidaridad, el respeto y la libertad se hayan convertido en nominativos dependiendo del quién y el dónde. Según se trate de un ciudadano nacional o no, o de un color político u otro se merecerá un tratamiento u otro. No es normal que la violencia esté carcomiendo la estructura del Estado sin que podamos hacer nada. Sabemos frenarla, otra cosa es hacerlo. No es normal que nos hayamos convertido en semejantes hipócritas egoístas.
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