Opinión | Foro Romano

El verano, el paraíso de los niños

Santiago Abascal, líder de Vox, un partido ultraderechista, al que suponemos católico pero que no cumple con los mensajes de Jesucristo de dar posada al peregrino y de comer al hambriento

Grupo de niños saharauis que fueron recibidos esta semana en el Jardín Botánico de Córdoba por las autoridades locales.

Grupo de niños saharauis que fueron recibidos esta semana en el Jardín Botánico de Córdoba por las autoridades locales. / Víctor Castro

Vemos a los niños saharauis de los campos de refugiados de Tindouf (Argelia) en la bienvenida que les da el Ayuntamiento de Córdoba en el Jardín Botánico y empiezas a pensar en cayucos, en balsas, en océanos y en lo mal repartido que está el mundo. Y de paso en algunos nombres propios de la política, como el de Santiago Abascal, líder de Vox, un partido ultraderechista, al que suponemos católico pero que no cumple con los mensajes de Jesucristo de dar posada al peregrino y de comer al hambriento. Vox ha roto con el PP porque no acepta un nuevo reparto de menores migrantes, que sí ha consentido el partido de Feijóo. Como si uno de los cometidos principales de un ciudadano intachable fuera el cerrar las puertas de su país a cualquier extranjero para evitar que se colara en nuestras calles y avenidas porque, según piensan muchos de estos ciudadanos ejemplares, vienen a robarnos, a utilizar nuestros ambulatorios y a maltratar a nuestras mujeres.

Y hasta podíamos añadir que a conseguir títulos futbolísticos «cuando no son españoles auténticos». El fútbol, además de un divertimento y un ejercicio, es un deporte que retrata a la sociedad. Y a la economía. Resulta que ahora a muchos aficionados al fútbol no les importa un título de la grandeza de una Eurocopa porque en esas competiciones los campos de fútbol europeos están plagados de jovenzuelos de razas no blancas que alteran la normalidad de nuestros países. Cuando los equipos más grandes de Europa -entre ellos el Real Madrid- más que clubes de fútbol parecen una selección porque el idioma y los colores de sus futbolistas poco tienen que ver con el idioma español y con la raza blanca. Tuve una discusión con un amigo que no transigía que España abriera sus puertas a los emigrantes y que les diera cobijo. Le respondí diciéndole que la primera vez que entré en verano en Alemania para trabajar y sacar dinero para pagarme los estudios no llevaba en regla los papeles. Y le añadí que si yo hubiera nacido en un país sin oportunidades donde la salvación podía llegar a través de un cayuco trataría de conseguir una plaza para poder darle de comer y empleo a mis hijos. La diferencia entre estos conceptos estriba en darle la importancia que tiene al país donde uno ha nacido. Y en la necesidad de viajes y trasiegos para conseguir una vida decente si tu presupuesto no te lo permite. Para los que ya estamos en una edad nada juvenil el ser camareros en la costa era uno de los primeros lugares donde buscar trabajo para construir nuestro futuro. 

La Residencia Helvética de Sitges, cuando más o menos podía tener la edad de Lamine Yamal, fue el lugar donde «desembarqué» por primera vez en mi ruta por conseguir un trabajo para pagarme los estudios. Y en ese espacio catalán la Seguridad Social me proporcionó mis primeros papeles para navegar por consultorios médicos y preservar mi salud. Papeles que aún conservo. Por las noches me juntaba con otros «trabajadores emigrantes» que habían viajado por el mismo motivo que nosotros. Y así empecé a conocer el mundo. Y a tener ideas. Y a darme cuenta de que sin salud y sin empleo para conseguir dinero la vida era imposible. Por eso me entristece que el problema de los MENA (menores extranjeros no acompañados) se convierta en un asunto exclusivamente político cuando lo lógico -y lo cristiano para los creyentes- es darle posada al peregrino, de comer al hambriento y vestir al desnudo. 

No se me va de la cabeza aquel viaje que un verano hicimos el concejal Paco Paños, mi compañero el fotógrafo Paco González y yo a los campamentos de Tindouf en Argelia, de donde han venido esos niños a los que el Ayuntamiento les ha dado la bienvenida en el Jardín Botánico. Conocimos en directo el afán de estas gentes por embarcarse en cayucos y saltar vallas. Y los comprendimos. Sobre todo cuando un pequeño saharaui me miró, me cogió de la mano y anduvimos por las arenas de aquel desierto en el que por el día nos asfixiábamos y por las noches nos trasladaba casi al crudo invierno. Y me dí cuenta de que los veranos son el paraíso de los niños. Como el de esos chicos que el otro día fueron recibidos por el Ayuntamiento de Córdoba en el Jardín Botánico. Ojalá la vida no les obligue a buscársela en un cayuco.