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El portavoz

El cese del portavoz del gobierno autonómico fue fulminante. Un micro abierto. Un micro abierto tuvo la culpa. Un micro abierto y un chiste políticamente incorrecto, una ocurrencia a destiempo reproducida con saña viral por todos los medios afines a la oposición, una broma de dudoso gusto sobre menores no acompañados susurrada a la consejera de Interior y Justicia en la inauguración de un centro de acogida cuando se suponía que todos los periodistas estaban ya en otra cosa. Fuera. Estaba fuera.

Tuvo que reinventarse (se habituó a conjugar ese verbo con tanta frecuencia como el psicólogo experto en autoayuda al que recurrió por consejo conyugal). Pasaron los meses. Estaba bien, mejor de lo que esperaba. No obstante, algo en su forma de hablar delataba que no había terminado de pasar página: sin darse cuenta, totalmente en serio, sin el menor asomo de distanciación irónica con su antiguo papel de portavoz del ejecutivo regional, utilizaba expresiones habituales en la verborrea política que quedaban raras en una conversación cotidiana.

Una noche tuvo que llamar a la puerta del 2ºC por el ruido de la fiesta que tenían montada el hijo de los propietarios y sus amiguetes. Les gritó que iba «a poner los hechos en conocimiento de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado». Los chavales se miraron algo perplejos. «¡Me parece que va a llamar a la policía!», dijo una voz aclaratoria abriéndose paso entre el musicón juvenil. En una reunión de vecinos (se habían vuelto a detectar excrementos caninos en el césped de la piscina comunitaria) dijo que había que tomar medidas urgentes «en materia de cacas de perro». Un domingo fue a recoger dos pollos y le dijo al muchacho del asador que tenía que buscar «sinergias» con alguno de los obradores artesanales de la zona para ofrecer pan de calidad en vez de barras precocidas: «Sinergias, Paco, sinergias».

Si estas faltas de adecuación lingüística se producen en presencia de la gente, su mujer lo mira con una mezcla de apuro y ternura. Lo que soporta con más dificultad es que su marido se parapete en el «y tú más» para salir triunfante en una disputa doméstica («se me acusa en esta casa de no levantar la tapa del váter, cuando lo cierto es que hay personas que no saben lo que es sacar las cosas del lavavajillas») o que conteste sin contestar cuando no le conviene, cuando por ejemplo ella lo llama desde el trabajo para preguntarle si ha ido ya a Mercadona y él, todavía en pijama, se va por los cerros de Úbeda como hacía en las ruedas de prensa frente a las preguntas más chungas y comprometedoras: «Permíteme que te diga, cariño, que la cuestión no es si he ido o no he ido a Mercadona. La cuestión es la apuesta por el pequeño comercio de esta tierra que creo que deberíamos hacer para...». Es entonces cuando su mujer se pregunta si el plomillazo será de por vida.