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Nombres propios
¿Será la combinación del retumbo y del sonido trompetero diferente cuando la elefanta se dirige a un descendiente pillado en falta de forma análoga?
Hace poco (o hace no mucho, depende de cuando lean estas líneas) aparecieron en algunos medios de comunicación titulares sobre un llamativo estudio acerca de la forma en que se comunican los elefantes. Científicos estadounidenses han descubierto que estos animales son capaces de llamar individualmente a un miembro de su familia. Para llegar a esta conclusión, Mickey Pardo, biólogo acústico del Laboratorio de Ornitología de Cornell, analizó junto a sus colaboradores cientos de mensajes emitidos por hembras adultas para sus crías en dos reservas naturales de Kenia. Gracias a herramientas de inteligencia artificial descompusieron las llamadas de las madres a sus hijas, separando el sonido de la trompa al barritar y lo que se conoce como «retumbos», es decir, pisotones en el suelo que los paquidermos de orejas enormes pueden captar a través de las uñas a decenas de kilómetros de distancia en una especie de comunicación sísmica. Los investigadores reprodujeron la estructura acústica de determinados retumbos y comprobaron que los elefantes reaccionaban con especial intensidad a sus «nombres» y respondían con retumbos propios.
Cabe preguntarse si la naturaleza del retumbo será distinta en función del propósito de la llamada, del mismo modo que varía el reclamo que las madres humanas destinan a sus criaturas según la situación y el nivel de cabreo. Veamos. Un muchacho está practicando tranquilamente el arte de la holgazanería digital mientras se supone que estudia en la plácida intimidad de su habitación (cabeza gacha, ojos como platos, dedo acariciando la pantalla del móvil con avezada rapidez, un libro de Filosofía abierto en vano). Si de pronto, peligro inminente, el chaval oye a elevado volumen su nombre completo (pongamos Rafael Ángel en vez de Rafa) en boca de la esforzada mujer que lo trajo al mundo, el susodicho puede tener por seguro que algo ha empezado a torcerse y que debería haber sacado a tiempo las cosas del fútbol de la mochila. ¿Será la combinación del retumbo y del sonido trompetero diferente cuando la elefanta se dirige a un descendiente pillado en falta de forma análoga? Lo lógico es pensar que los gigantescos colaboradores de Tarzán no alcanzan el nivel de sofisticación que nos otorgan las infinitas variantes del lenguaje doblemente articulado, pero es estimulante pensar en una elefanta de armas tomar retumbando para que se dé por aludida únicamente una cría merecedora de su toque de atención por haberse pasado de la raya. Imaginemos ahora a una madre cuya hija, en plena edad del pavo, llega a casa después de saltarse una clase del instituto. Supongamos que la progenitora (informada del escaqueo por el tutor de la niña) pronuncia el nombre de la interfecta desde la cocina, un nombre propio seguido de verbos en imperativo y envuelto en un extraño tono de dulzura inquietante: «Eva, ven aquí, ven, que te voy a decir una cosita». ¿Habrá en el lenguaje elefantil una manera de pisotear el suelo equivalente a esa acojonante forma de llamar al orden a un ser humano?
*Profesor
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