Opinión | CALIGRAFÍA

Nobel

Llevarán ya una semana o dos leyendo la antesala real de los premios Nobel de literatura de este año, que no es el protocolo del premio en sí mismo, sino la suma de todos los artículos de opinión dedicados a explicar por qué debería ganarlo un autor u otro y por qué la Academia sueca mantiene un largo índice de agravios. A este conjunto de opiniones francamente prescindibles, a la que esta columna se suma, vamos a llamarlo Nobel de Literaturra, que a mí me parece muy gracioso pero tal vez se le haya ocurrido ya a alguien antes. No voy a consultarlo para vivir un poco en esta dulce ignorancia.

En estos arrebatos por quién se lleva el Nobel hay un reflejo de la idea de cada uno de gloria literaria, que parece requerir un notario; y sobre todo de confirmación de la gente a la que uno más o menos veladamente ha ido imitando. El Nobel se premió a sí mismo al recaer en 2017 en Ishiguro, que es una máquina perfecta de escribir y un autor con aura de Nobel porque no tiene un faux pas rápidamente identificable. Habiendo muerto con ridícula diferencia de tiempo Javier Marías y Martin Amis, vidas paralelas y autores superiores; el premio no se ha alimentado de ellos, no ha podido vampirizar su gloria para confirmar su significado, y con el paso del tiempo pudiera pasar que tenga la misma importancia que el premio de relato corto del ayuntamiento de Estocolmo, que supongo que existirá, pero no tiene a la gente escribiendo novelas o cuentos por si se lo dan y ya pueden desbloquear el logro en su página de Wikipedia. Con el Nobel se gana una insignia en la Wikipedia, un llamativo icono dorado con la forma de la medalla; que en términos de videojuegos es un logro que sólo tienen, en un planeta con 7.900 millones de personas y 120 premiados en literatura, jugadores muy top.

Contribuyo al pegoseo. Yo creo que el premio debe recaer, desde hace mucho tiempo, en Mircea Cãrtãrescu. Eso si el Nobel quiere ser un premio emparentado con la gloria, una coronación de un primus inter pares, y no una excusa para editar colecciones por entregas que acaben muertas del asco en alguna casa rural, a la espera del hojeo del que no tenga cobertura. Cãrtãrescu es un genio y escribe de una manera que no existía antes, y ese es el descubrimiento en literatura que el Nobel debería premiar, al estilo de sus hermanos de Física o Medicina: he cogido mi idioma y he descubierto una forma de usarlo que antes no existía, y lo he hecho mejor.

O sea, lo de siempre. Premiar a los autores que uno ha leído hasta sin saberlo y no a los que convengan por méritos extraliterarios. O se ha escrito del amor, del sufrimiento y de la muerte o no se ha escrito literatura. En la librería Lello de Oporto, en la planta a la que da su exquisita escalera, se enfrentan dos estanterías, una en cada pared: la de premiados con el Nobel y la de autores que tendrían que haber sido premiados. Como se elige la compañía en el columbario, tiene su enredo, sólo puedo imaginarlo, hacer cima para no tener de vecino a Nabokov.

** Abogado

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