Opinión | El ruido y la furia

El viejo del espejo

Uno empieza a ser viejo cuando sus hijos hacen por él lo que hasta ese momento él hacía por sus hijos

Una mañana cualquiera, quizás una de domingo y sol, con el aliento del café aún presente como un espíritu bondadoso y familiar, con ese aire de ancestro venerado que tiene el aroma del café por las mañanas, te das cuenta de que ya no eres el mismo y te sientes extraordinariamente viejo. Será por las concesiones que vas haciendo, por la conformidad con la que asumes los achaques que se te han instalado en el cuerpo y que involuntariamente se te filtran al espíritu. Porque cuando te pones a recordar de todo hace ya más de treinta años...

Poco a poco el tiempo te va descomponiendo. Son, generalmente, leves achaques que vas aceptando de uno en uno, con una ligera resignación, porque en realidad tampoco son para tanto. De vez en cuando, ahí sí, algo más grave viene a traer un cambio importante, un giro de guion inesperado. Pero un día te paras y lo sumas todo, lo grueso y lo menudo, y te das cuenta de que ya no queda tanto ni será tan grato.

Y al día siguiente tu hija te acompaña al médico. Esto es una trivialidad, algo sin importancia frente a los desastres cotidianos del mundo, frente a las bombas cayendo sobre tantas inocencias mientras la gente mira en el móvil vídeos de gatitos. Solo tiene importancia para ti y, acaso, solo cuando es la primera vez, quizás porque ahí tienes la indudable sensación de haber dado el primer paso en la vejez. Uno empieza a ser viejo cuando sus hijos hacen por él lo que hasta ese momento él hacía por sus hijos. Yo siempre he cuidado de mi niña, pendiente todo el tiempo de su salud, de su educación, de su seguridad, y ahora de repente es ella quien cuida de mí porque ya no es una niña y yo ya no soy ese tipo de veinticinco años que la vio nacer, que se la cargaba al hombro para hacerla reír, que la enseñaba a nadar y a recitar a Lorca y a cantar pasodobles de carnaval. Ahora es una mujer que acompaña a su padre al médico porque va en ayunas y puede marearse, y ella es lo bastante fuerte, lo bastante resolutiva, como para ayudarle en esos momentos. Hemos hecho su madre y yo un buen trabajo, la hemos criado bien. Pero me he hecho viejo haciéndolo.

Y sin embargo, cuando me miro al espejo conscientemente todavía veo un hombre joven, no muy lejos del hombre que era hace treinta años.

Pero algunas veces voy distraído y de repente paso por delante del espejo y entonces giro la cabeza sin darme cuenta y veo fugazmente a un viejo que, con una rapidez impropia de su edad, se disfraza del hombre que era hace tres décadas.

«Vale uno más si sabe que lo miran», dijo Victor Hugo. Sí. Sobre todo si sabe uno que se mira.

*Escritor y periodista

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