Opinión | Arenas movedizas

Rockers y mods

Al contrario que en la política de la polarización, la cultura pop ofrece episodios cuya leyenda se alimenta a base de enfrentar a grandes rivales sin que importe mucho la veracidad en el origen del relato

Un detalle de la exposición sobre rockers y mods del Museo Nacional de Antropología, en Madrid.

Un detalle de la exposición sobre rockers y mods del Museo Nacional de Antropología, en Madrid. / J. F.

Ocurre a menudo que olvidamos el origen de las cosas, de acontecimientos relevantes para una gran mayoría o para un público minoritario —carece de relevancia esto—, de modo que en el transcurrir del tiempo lo que prevalece es la leyenda y el mito y en menor medida el comienzo o las causas. De ahí la importancia de la memoria histórica, tan necesaria para algunos, denostada por otros. Polarización, discordia, rojos y azules, azules y grises. La memoria histórica se encarga de que los orígenes del odio y el enfrentamiento no caigan en el olvido.

En asuntos menos polarizantes de los que sugiere el concepto político de memoria histórica; en leyendas de la cultura pop que van pasando como herencia de una generación a la siguiente y de ésta a la que le sucede; en historias y rivalidades que van nutriendo nuestra infancia, nuestra adolescencia y nuestra edad madura, es donde nos permitimos el lujo de renunciar a esa memoria. Porque nos interesa, porque bucear en el germen desmonta un relato construido a base de detalles fabulosos, ciertos o no, y porque eludir los inicios inunda nuestro imaginario de historias formidables en las que abrimos sin pudor la puerta a las fake news si ello alimenta la grandiosidad del mito. Cuanto mayor es el detalle de la leyenda más garantías tiene ésta de pasar a la siguiente generación. Dirán que la teoría justifica el negacionismo y avala desvaríos como el terraplanismo y sandeces del mismo jaez, como rebatir la efectividad de las vacunas, el alunizaje de Neil Armstrong o refutar el cambio climático, pero aquí no se habla de teorías del delirio ni de alta política, sino de asuntos más mundanos.

Rivales eternos, historias de enemistad y enfrentamiento que superan en interés a las previsibles de la política entre Sánchez y Feijóo; o Sánchez y Casado; o González y Aznar, Biden y Trump, Nixon y Kennedy. Fábulas cuyo origen no importa y el tiempo alimenta. Quevedo y Góngora, Bette Davis y Joan Crawford, Da Vinci y Miguel Ángel, los Beatles y los Stones, personajes históricos que han pasado al imaginario colectivo como grandes rivales y eternos enemigos, algunos de ellos, como los de Liverpool y Londres o Mozart y Salieri, sin serlo en absoluto o de veracidad débilmente probada.

Si pasan por Madrid no dejen de ir a ver la exposición que el Museo Nacional de Antropología dedica a rockers y mods, dos de las mal llamadas tribus urbanas más longevas y de cuyo primer enfrentamiento a puñetazos se cumplen ahora 60 años. En las playas y el casco urbano de la británica ciudad de Brighton, rockers y mods quedaron un 18 de mayo de 1964 para atizarse con lo primero que tenían a mano, desde tumbonas playeras a elementos del mobiliario urbano. Llevan 60 años haciéndolo en muchas partes del mundo, pero ni unos ni otros saben exactamente por qué, apenas conservan la memoria histórica. En Brighton no murió nadie, pero en Madrid, la rivalidad tuvo tintes trágicos en 1985, cuando una refriega entre ambos en las cercanías de la sala Rock-Ola se saldó con la muerte de un rocker de 19 años. Su pecado, ser fan de Eddie Cochran y llevar demasiado lejos la leyenda de aquella primera escaramuza de la costa inglesa.

La ‘batalla de Brighton’ comenzó en realidad semanas antes con una trifulca menor de escasa relevancia, propia de pandilleros adolescentes. Rockers y mods apenas habían rivalizado hasta entonces. Aquel escarceo llamó la atención de la policía y de la efervescente prensa británica, que infló de tal modo el altercado y vertió tanto queroseno en la llama que a la siguiente cita se encontraron en la ciudad costera hasta 1.500 miembros de uno y otro bando. Unos, adoradores de Elvis, chupa de cuero y Triumph; otros, fans de los Who y Small Faces, chaqueta de sastrería, parka y Lambretta. Los periódicos contribuyeron a construir esa enemistad, que dura hasta hoy, si es que aún quedan rockers y mods en edad de pegarse.

El tiempo y los cambios sociales han evolucionado esas citas tribales hasta nuestros días, en que hinchas de un equipo de fútbol quedan por internet con seguidores del club rival para apalizarse en mitad de un bosque o a las puertas de un estadio. Lo que no ha cambiado es que ni unos ni otros conocen los motivos por los intercambian tanta violencia. Quedan y se pegan, sin historia ,sin mito, sin leyenda. Más o menos —con la memoria histórica que certifican historiadores y hemerotecas —, como hace la clase política.