Opinión | Paso a paso

Córdobair Fryer

El infierno en la ciudad

En la ciudad de Córdoba, donde el sol abrasa con la intensidad de un inquisidor medieval y el aire se torna denso como las páginas de un voluminoso tratado de filosofía escolástica, la vida estival se convierte en una prueba hercúlea. Cada año, los termómetros superan sin compasión los cuarenta grados Celsius, transformando la ciudad en una suerte de «Cordobair Fryer», un guiño a esos hornos de aire caliente que tan de moda están. En este sofocante contexto, el calor deja de ser un mero fenómeno meteorológico para convertirse en una constante existencial que define nuestra idiosincrasia. Sin embargo, ante este desafío climático, el Ayuntamiento parece transitar por las sendas de la indiferencia, negándose a implementar medidas que realmente mitiguen el sufrimiento ciudadano.

Las soluciones propuestas por el Ayuntamiento se asemejan a un susurro ante el clamor del calor. Repartir abanicos en las plazas públicas o instalar algunas sombras temporales en las calles principales son medidas que resultan risibles ante la magnitud del problema. ¿Dónde está la audacia y la creatividad que una situación tan extrema requiere? ¿Por qué no se invierte en una infraestructura verde que, mediante árboles y jardines verticales, devuelva a la ciudad la frescura perdida?

La ausencia de una visión clara y comprometida por parte de las autoridades no solo denota una falta de sensibilidad, sino también una alarmante desidia. Las comparaciones resultan inevitables y dolorosas. En Viena, el concepto de «ciudad esponja» se ha materializado en espacios urbanos diseñados para absorber el calor, mientras que en Copenhague se implementan sistemas de refrigeración urbana que canalizan el frescor de las aguas subterráneas. ¿Es utópico pensar que Córdoba, con su rica herencia hidráulica, no pueda seguir ejemplos tan inspiradores?

Córdoba, tierra de filósofos y poetas, no puede permitirse languidecer bajo el yugo del calor mientras otras ciudades avanzan con paso firme hacia el futuro. El Ayuntamiento debe despertar de su letargo y emprender acciones decididas y transformadoras. El reto no es menor, pero la recompensa será una ciudad más habitable y resiliente. Como decía el gran Séneca, «no es porque las cosas sean difíciles que no nos atrevemos, es porque no nos atrevemos que son difíciles». Que estas palabras sean el acicate que impulse a nuestras autoridades a actuar con la valentía y la imaginación que los tiempos demandan.

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