Opinión | La cafetera de aspasia

La Oreja de Van Gogh

La Oreja de Van Gogh no es sólo un grupo de pop que, ya desde 1996, nos cantaba y nos contaba qué cosas se pueden contar al oído, «muy despacio y muy bajito...» como se deben contar todas las cosas con condumio.

La oreja —izquierda— del pintor Van Gogh es, probablemente, uno de los elementos artísticos de la anatomía histórica que reúne en ella toda la épica y poética que siempre se le ha asociado al trágico artista. Dicen que el corte de la misma ocurrió la noche del 23 de diciembre de 1888, tras una discusión con su colega Gauguin, con quien vivía en el sur de Francia. De manera que seccionaría, sobre todo, el lóbulo de la misma, como atestigua un dibujo del médico que le atendió en su agonía en 1890.

Siempre ha habido cierto misterio en torno a qué sucedió esa noche: él no recordaba nada al día siguiente, mezclándose distintas versiones. Tras la amenaza de Gauguin con marcharse y una discusión al respecto, Van Gogh se seccionaría la oreja en un ataque de borrachera, ira o ansiedad. Parece que semejante exvoto carnal fue entregado esa misma noche a una amiga que limpiaba en un burdel, según descubrió la historiadora Bernadette Murphy en 2018 (siempre se contó que había sido a una prostituta, lo que mitificaba aún más el ambiente del pintor). Eso sí, el artista tuvo el valor, más tarde, de autorretratarse con la oreja vendada en un par de ocasiones.

Sea como fuere, esa oreja se convirtió en símbolo de ansiedad, soledad, borrachera, pánico o intensidad artística; la oreja de un loco que es incapaz de controlar su salud mental, su creatividad, su arte, la visión que los demás tenían de él, su pasional creación o la maldad del mundo que le rodeaba.

Esta semana ha venido a hacer historia otra oreja -derecha, en esta ocasión... no podía ser de otra manera- desde Butler (Pensilvania), volviéndose protagonista a las 18:11 de la tarde estadounidense del 13 de julio gracias a otro señor que podríamos tildar también de impredecible. En esta ocasión, esta oreja puede conseguir que vuelva en otoño a la Casa Blanca un político de la no-talla de Donald J. Trump, quien, a pesar de intentar aparentar mayor institucionalidad últimamente, es un político que plantea una visión del mundo irresponsable, simple. Si al pintor su oreja seccionada le convirtió en un enfermo, la de Trump le ha convertido en una especie de mártir superhéroe tocado casi por Dios, que ahora tiene la imagen junto al lema perfecto para ganar unas elecciones americanas: Fight!, ¡Lucha!

Sinceramente... puestos a elegir, prefiero la oreja de Van Gogh, la del grupo y la del pintor.

Suscríbete para seguir leyendo