Opinión | Tribuna abierta

Dos gruñones muy sagaces

Beethoven y Unamuno se incorporan a las nuevas fórmulas detectivescas

«¿Mundo, presientes al creador? ¡Búscalo por encima de las estrellas! ¡ Allí debe estar su morada!». Así rezan los versos de Schiller en el tramo final de la Oda a la Alegría. Estas semanas suenan en los más diversos lugares del mundo las notas de la Novena Sinfonía conmemorando el 200 aniversario de su estreno el 7 de mayo de 1824 en el Teatro de la Puerta Carintia de Viena (un lugar que hoy ocupa el hotel Sacher; sí, el de la famosa tarta). Pero ha sido en el Historische Stadhalle de Wuppertal donde se ha realizado su evocación más singular. Alli la Wiener Academie bajo la dirección de Martin Haselböck ha subrayado la fecha hace unos días volviendo a ejecutar el mismo programa que por entonces, junto a la Coral, incluyó la obertura de «La Consagración del hogar» y tres de las cinco partes de la Missa Solemnis. Incluso trató de reproducir las singularidades musicales de una premiére en la que el genial compositor de Bonn se aventuró a incluir por vez primera la voz humana en una Sinfonía. Las crónicas cuentan, de diversos modos, la singular manera en que Beethoven «compartió» dirección con Michael Unlauf . Y es famosa la anécdota de cómo la contraalto Caroline Unger giró al compositor para que viera los aplausos que, estando de espaldas al público, no podía oir.

Lo que no podía imaginar Beethoven es que, 200 años después, Martin Llade, quien desde 2018 nos comenta en la tele el tradicional Concierto de Año Nuevo, iba a incorporarle una faceta insospechada. En su reciente libro «El misterio Razumovsky», el periodista musical de RNE Clásica transforma al sordo, colérico, apasionado, rezongón y genial maestro en todo un antecedente de Sherlock Holmes investigando unas muertes en la mansión del conde Razumovsky, embajador ruso en el Congreso de Viena, para el que compuso tres cuartetos de cuerda. En realidad la pesquisa es solo un pretexto para recoger en más de seiscientas páginas, que pronto se nos hacen amigas, todas las cuestiones, vida y personajes que rodearon aquella cita que definió el futuro de la Europa postnapoleónica. Beethoven tiene su Watson en Anton Schlinder quien en la vida real seria uno de sus biógrafos y su Lestrade en el jefe de una policía vienesa infiltrada en todos los lugares. En la ficción se ayuda de su capacidad para leer los labios y de un prodigioso sentido de la observación capaz de seguir los movimientos de las manos de cualquier pianista…y observar que hay una tecla que misteriosamente no se toca. Un sagaz gruñón que Llade nos hace cercano y que al cierre de la novela empieza a concebir coralmente su última sinfonía. Al tiempo una referencia en cada capítulo nos permite combinar música y lectura.

En la Feria del libro ha compartido novedad con otra obra en la misma línea de novela policiaca «de personaje» -«El primer caso de Unamuno»- en la que el Luis García Jambrina incorpora al autor de «Niebla» -otro gruñón sagaz- al mundo detectivesco, desentrañando asesinatos que sirven tanto para glosar su figura intelectual y humana como, inspirándose en unos sucesos reales, recoger la situación económica y social del campo salmantino de la época. En la ficción Unamuno se solaza en secreto con los relatos de Conan Doyle que oculta en el doble fondo de un archivador.

La fórmula parece que cobra auge en todas partes. Que se lo cuenten a David Safier el exitoso e irreverente autor de «Maldito Karma». Su detective es ni más ni menos que Angela Merkel, quien en su retiro se dedica a estas labores (y a cuidar de su perro «Putin»). Imagínense ustedes las posibilidades que abre la cosa. Mejor no sigo no sea que alguien piense que, tal como está el panorama, estoy dando ideas a los de aquí.

*Periodista

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