Opinión | La vida por escrito

Mateo y Eclesiastés

La ciencia debería estar más presente en las mentes que

gobiernan la política

El efecto Mateo es un fenómeno descrito por el sociólogo Robert K. Merton en 1968, y hace referencia a un pasaje del Evangelio (Mateo 25:29-31): «Porque al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.». En esencia, el efecto Mateo describe cómo los individuos o grupos que ya están en una posición ventajosa tienden a acumular más beneficios. El refranero popular también lo describe a la perfección: «A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga», «Dios le da pan al que no tiene dientes», «Quien más tiene, más quiere», «Dinero llama al dinero».

Lo interesante de este fenómeno es que no funciona solo en la cultura, la política o la economía. El efecto Mateo es algo universal, de las galaxias a los ecosistemas. Y subraya la importancia de las estructuras y las dinámicas de poder entre los elementos de un sistema en la distribución de recursos y oportunidades, de modo que las ventajas y desventajas tienden a acumularse y perpetuarse con el tiempo.

Sin embargo, la realidad no se explica solo con este fenómeno. Hay que tener en cuenta un fenómeno distinto al efecto Mateo, que bien podría denominarse ‘efecto Eclesiastés’, por seguir la inspiración bíblica: «Me volví, y vi debajo del sol que ni es de los ligeros la carrera, ni de los fuertes la batalla, ni aún de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos».

En efecto, el azar de la vida remueve y a veces sacude esos montoncitos que se van formando por el efecto Mateo. Esto lo describe bien Richard Dawkins en ‘El gen egoísta’, donde propone que los memes (ideas, opiniones, comportamientos y estilos) actúan igual que los genes. Usando los principios de la evolución, Dawkins explica cómo surgen y cambian los rasgos culturales. La evolución biológica, movida por mutaciones y selección, actúa sobre los genes. Los genes nuevos se seleccionan a través de interacciones individuales, cuya frecuencia y naturaleza varían. Estos patrones de interacción, conocidos como la estructura de la red de interacción, determinan qué genes sobreviven y cuáles se extinguen.

En esa descripción que hace Dawkins se pone de manifiesto la tremenda importancia que las redes tienen para explicar la estructura de un sistema complejo como una sociedad y su evolución futura. Y en esa línea de investigación, Andrea Musso y Dirk Helbing, en el ETH de Zúrich, acaban de publicar un artículo en el que descubren cómo las redes sociales modelan la sociedad entre un extremo de máxima diversidad, más creativa, pero fragmentada e inconexa, y el otro extremo de una sociedad cohesionada pero homogénea. Y han descubierto que, jugando con el diseño de las redes sociales utilizadas por los ciudadanos, se puede moldear la sociedad.

Su trabajo, con el curiosos título de «Cómo las redes moldean la diversidad social para bien o para mal», no aborda si es deseable tener más o menos diversidad. La diversidad puede traer tanto ventajas como desafíos: mientras que un exceso podría conducir a la división y el conflicto, muy poca diversidad, podría obstaculizar la innovación y la inteligencia colectiva. Encontrar el equilibrio ideal es complejo y requiere tener en cuenta todos los efectos de un grado de diversidad determinado.

La dificultad no debería echarnos para atrás. Tendríamos que ser conscientes de que las posturas maniqueas, que optan por esos dos tipos de sociedad extremas, no son acertadas. La ciencia debería estar más presente en las mentes que gobiernan la política.

  • Profesor de la UCO

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