Opinión | La vida por escrito

Un cerebro para emprender

En nuestro grado de Biología tenemos una asignatura en el último curso en la que se trabaja la creatividad y el emprendimiento. Cada año, pregunto a la clase si se les ha pasado por la cabeza montar una empresa. De unos cien alumnos, solo dos o tres responden, aunque con bastantes reticencias, que quizás en un futuro se atrevan. La mayoría prefieren un trabajo por cuenta ajena y, a ser posible, de funcionario.

Está claro que no todo el mundo sirve para la aventura de emprender un proyecto. Quienes deciden lanzarse al mundo de los negocios suelen compartir ciertas carac-terísticas y cualidades que los distinguen de quienes prefieren la seguridad de un empleo. Estos rasgos surgen de una combinación de factores.

Las personas emprendedoras tienen una necesidad de logro que las impulsa a fijarse metas ambiciosas. Esta necesidad se complementa con una buena tolerancia al riesgo. A diferencia de quienes prefieren la estabilidad, los emprendedores están dispuestos a enfrentarse a la incertidumbre y asumir posibles pérdidas. La autoconfianza es otro pilar fundamental. Los emprendedores creen en sus habilidades y capacidades para superar obstáculos, y que pueden influir en los resultados de sus acciones a través de su esfuerzo.

El entorno social y cultural también juega un papel crucial. Por eso, hay ciudades y países con más tradición de emprendimiento. Familiares, amigos y mentores no solo brindan apoyo emocional, sino también recursos y oportunidades de financiación. Además, la influencia cultural puede ser determinante. Las sociedades que valoran la independencia y la innovación tienden a tener más emprendedores.

También hay que tener en cuenta la educación y la experiencia laboral. La formación académica, especialmente en negocios y tecnología, proporciona los conoci-mientos y habilidades necesarios para gestionar una empresa. La pasión por la innovación es un motor poderoso. Los emprendedores no solo buscan dinero; les apasiona crear valor y ofrecer soluciones novedosas. Esta motivación intrínseca, o el placer y la satisfacción personal de hacer algo significativo, es una característica común entre ellos.

Pero también está claro que la capacidad para emprender tiene un base biológica. Un estudio reciente de la Universidad de Lieja ha revelado que los emprendedores habituales, aquellos que lanzan repetidamente nuevos negocios, poseen una mayor flexibilidad cognitiva que los menos experimentados. Esta capacidad crucial permite a los emprendedores adaptarse a nuevas situaciones, cambiar de perspectiva y ajustar comportamientos en respuesta a entornos cambiantes. A nivel neurológico, la flexibilidad cognitiva está vinculada al funcionamiento de la corteza prefrontal, una región del cerebro involucrada en el pensamiento complejo y la toma de decisiones.

Los emprendedores habituales muestran un aumento en el volumen de materia gris en la ínsula izquierda del cerebro, una región asociada con la agilidad cognitiva y el pensamiento divergente. Estos hallazgos sugieren que la flexibilidad cognitiva es esencial para identificar y explotar nuevas oportunidades. Comprender la base neuronal de esta característica podría revolucionar la formación y educación empresarial, fomentando un entorno donde la innovación y la adaptabilidad sean la norma.

En definitiva, el camino del emprendimiento no solo se basa en habilidades adquiridas o factores externos; también está profundamente entrelazado con nuestras capacidades biológicas. Comprender la base neuronal de la flexibilidad cognitiva, un rasgo distintivo de los emprendedores exitosos, puede proporcionar información valiosa para mejorar la formación y la educación empresarial, fomentando un entorno donde la innovación y la adaptabilidad sean la norma.

Suscríbete para seguir leyendo