Opinión | Paso a paso

La Desidia Urbana

En el corazón de Córdoba, en la avenida Ronda de los Tejares, la imagen de la decadencia humana se despliega sin pudor. Bajo soportales que antaño se erigían como refugio del bullicio ciudadano, hoy se encuentran las moradas improvisadas de aquellos que la sociedad prefiere no ver: los mendigos. Estos seres, convertidos en espectros urbanos, son testigos mudos de una realidad que nos empeñamos en ignorar mientras paseamos con prisa, desviando la mirada para no enfrentar el reflejo de nuestra propia desidia.

A la sombra de estos edificios, entre la multitud que transita, se percibe un hedor inconfundible. No es solo el olor de la miseria, sino el de una indiferencia colectiva que se evapora con las altas temperaturas de junio, impregnando el aire con su ignominiosa presencia. En estos contenedores, que se erigen como testigos de la indigencia, se realiza la necesidad más básica, en un acto que es tanto de supervivencia como de desesperación. La cruda realidad de una sociedad que ha fallado en su deber más esencial: la protección de los vulnerables. Un hombre yace sobre cartones y mantas, su única defensa contra la inclemencia del tiempo y el olvido social. Los peatones, absortos en sus quehaceres diarios, pasan junto a él sin detenerse, sin un atisbo de empatía o siquiera curiosidad. Este hombre no es más que una sombra en su camino, un obstáculo que sortean con la misma facilidad con que evitan una piedra en la acera.

Como Dante en su descenso al infierno, nos hemos habituado a convivir con estas sombras, aceptándolas como parte inevitable del paisaje urbano. Pero, ¿acaso no es este un signo de nuestra propia degeneración moral? Recordemos las palabras de Víctor Hugo: «La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos». En nuestra voracidad por acumular y crecer, hemos dejado de lado a aquellos que no pueden seguir nuestro ritmo. La verdadera medida de una sociedad no se encuentra en sus monumentos o edificios, sino en cómo trata a sus miembros más vulnerables. Los mendigos en la avenida Ronda de los Tejares son un recordatorio doloroso de nuestra falla colectiva. Mientras no enfrentemos esta realidad con la seriedad y urgencia que merece, continuaremos siendo cómplices de esta deshumanización.

Es imperativo recordar que cada ser humano merece una oportunidad para vivir con dignidad. No podemos, como sociedad, permitirnos el lujo de la indiferencia. Debemos exigir políticas integrales que aborden la pobreza y la exclusión desde una perspectiva humana y justa. Es hora de que Córdoba, y todas nuestras ciudades, despierten de su letargo moral y reconozcan que la verdadera grandeza reside en la compasión y la solidaridad. Solo entonces podremos caminar con la frente en alto, sin temor a enfrentar la realidad de nuestras calles y los rostros de aquellos que hemos dejado atrás.

*Mediador y escritor

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